EXTRACTOS

Cronología de M. Mª Antonia, narrada por ella misma

Capítulo I: Ninez entre O Penedo y Caldas

5-10-1700   Nace María Antonia Pereira y Andrade.
Decía mi madre que solo siete meses me trajo en sus entrañas y que estaba muy cierta de esto. Y como nací sin la cabal cuenta, no salí muy fuerte de fuerzas ni nunca las he tenido (Auto. T.I, P.I, f.3).

6-10-1700   La madre María Antonia es bautizada
                   en la  parroquia de Cuntis.
Decía mi madre que era muy menuda de huesos y ésta sería la causa por que decía su merced que no había casi sentido dolores ni molestia al nacer yo. Y, como no era del tiempo común de todos los nacidos, por temor de que me muriese, me llevaron luego a recibir el santo bautismo (Auto. T.I, P.I, f.3).

1705    Su padre la inicia en la doctrina cristiana.
En este tiempo nos enseñaba mi padre la doctrina cristiana; y yo era de tan feliz memoria, que la deprendí bien presto, pero no el sentido de ella, pues todavía la razón no había amanecido para mí hasta los siete   años de edad (Auto. T.I, P.I, f.4).

1707    Se inicia en la oración mental.

Esta buena tía deseaba que yo fuese la más virtuosa niña de aquéllas que tenía en su compañía; [...]le andaba acechando lo que hacía bueno para yo hacerlo también. [...]Si se ponía en oración, yo cerraba los ojos como ella y le preguntaba en qué había de pensar, y de memoria me decía el punto, que era en la Pasión de nuestro Señor Jesucristo (Auto. T.I, P.I, f.5v).
1708    Recibe un fuerte golpe que la inutiliza durante un año.
Y por mi fortuna, el buen cura por dar de palos a otro me los dio a mí en un brazo, tan fuertes, que todo me lo descoyuntó. No hablé palabra ni me he vuelto contra el cura y me fui a casa de mi tía con el brazo de suerte que no lo podía levantar ni moverlo para nada (Auto. T.I, P.I, f.6v).

1709    Regresa sola al Penedo.
Que como me hallé buena de la enfermedad que llevo dicha, me dio un día gana de irme a casa de mi madre, la que estaba distante una legua. Como no era dilatado camino, me salí, sin decir nada a mi tía ni compañeras (Auto. T.I, P.I, f. 9)
1709    Muere Manuel Pereira, su padre.
Dios nuestro Señor, contra la voluntad de mi madre, se lo llevó al mejor tiempo. Y así, habiéndosele ofrecido ocasión de ir a dicho convento, le dio el mal de la muerte y murió en una celda, como su merced lo deseaba y había dicho, con toda la asistencia de aquella santa comunidad. Y como estaba este convento cerca de la casa de mis padres, yo le fui a ver a su merced; y vino un religioso a la portería, pariente nuestro, y díjele que quería ver a mi padre; y me dijo que estaba malo. Yo le respondí: Esté como estuviere, yo no me voy sin verle. Diole el recado el religioso, y como no había todavía caído en la cama, vino mi padre. Yo, luego que le vi, le besé la mano, le miré a la cara, y como le viese un poco triste y de muy mal color, le pregunté qué tenía. Me dijo con mucho amor, el que nunca había experimentado en su merced hasta entonces: Hija mía, el Señor de los cielos sea vuestro Padre y os ampare, como a huérfanos que quedáis (Auto. T.I, P.I, f. 2).
1710    Vuelve a Caldas de Reyes a casa de su tía María
Como mi tía vio que mi madre quedó viuda y con los chicos, volvió a pedirme a mi madre con la intención de tenerme en su compañía siempre. Mi madre vino en ello y fui otra vez a casa de mi tía. Yo no iba muy gustosa para la compañía de aquellas muchachas, que algunas no me gustaban mucho. Porque, después del deseo de la soledad que tenía mi alma, no me hallaba entre ellas (Auto. T.I, P.I, f.10).

Capítulo II: Adolescencia y primera juventud

 1713    Su madre comienza a trabajar en la casa del señor Abad de Bayona.
En este tiempo había un señor abad en el obispado de Tuy, en la villa de Bayona, el que era muy santo. Tuvo noticia de cómo mi madre estaba viuda, moza y con tres hijos; y movido de la compasión, rogó a mi madre que se fuese a su casa, que la tendría como si fuese cosa suya. Mi madre no tuvo mucha repugnancia en admitir la instancia del santo abad, así por falta de medios [...], como también por hallarse moza y temer los peligros del mundo, porque en todos los estados los hay; y con la sombra y ejemplo del santo abad, podía estar más segura (Auto. T.I, P.I, f.13).


1714    Mª Antonia se reúne con su madre y hermanos en la casa del señor abad.
Y como este señor llevó mi madre a su casa, envió por mí y por mis dos hermanos. Despedímonos de mi tía. Ya estaba yo entrada en catorce años [...] .Ya llegamos a casa del señor abad sin peligro, que sosegó nuestro Señor el aire y transitamos la mar sin más novedad. Luego que el santo abad me vio, me preguntó: qué labor de manos sabía. Yo le respondí que sabía hacer encajes muy buenos para albas de su iglesia; y que también sabía hilar, que coser no me habían enseñado ( Auto. T.I, P.I,f. 13v.).

1719     Es enviada a Tuy por motivos de salud.
Me entró una grande opilación que me molestaba mucho, hasta ponerme incapaz de poder hacer nada, ni valerme para cosa. Como allí había un buen médico, le llamaron para que me curara; y él como me vio de aquella suerte, dijo que eran en vano todas las medicinas si no mudaba de tierra o me sacaran a divertir a otra parte de mejores aires, que fueran más convenientes para mi salud. Porque decía, que junto con la opilación, tenía principios de otra enfermedad más peligrosa, que era hética. El señor abad como me estimaba como si fuera cosa suya, y con el deseo de mi salud, ordenaron de ponerme en la compañía de una señora, muy conocida de casa, que vivía en la ciudad de Tuy, de allí tres leguas distante, para que me alegrase y saliese a pasearme con ella. Que, con eso, el mal se me iría mitigando con los aires más proporcionados. Yo no tuve resistencia en ello; pero tampoco tenía mucho gusto (Auto. T.I, P.I, ff. 17v-18)

 1721    Elección de estado
Consideraba que, si había de ser monja, había de ser buena o no serlo. Estando en estas dudas del estado que me convendría para servicio de Dios, hice confesión general; y me dio grandes deseos de encomendarme de veras a mi padre san José pidiéndole luz para determinar lo que me convendría para el mayor bien de mi alma. Y lo que saqué de mis peticiones fue inclinación al estado del santo matrimonio, aunque no mucha, pero más que a ser religiosa. 
Pues así dudando qué haría, me encomendé de nuevo a nuestro padre san José, pidiéndole que me diera luz de si me convenía desposarme con aquel pretendiente, y si no, apartase de mí la inclinación de tomar aquel estado. Esto era antes de cuaresma. Y con todas mis peticiones, antes me hallé con nuevos deseos de casarme con él, pero con la circunstancia que había de ser la boda en el día de nuestro padre san José; y que si no era así, que no había de tomar tal estado. (
Auto. T.I, P.I, ff. 28-31)



Capítulo III: “La buena casada”

19-3-1722 Se celebra su matrimonio con Juan-Antonio Valverde.
Ya todos convinieron en que se hiciese la boda en el día que yo deseaba. Prevenímonos con los santos sacramentos de la penitencia y comunión y todo puesto a la vela, al uso de aquella tierra; y se celebró la boda con llanto, que aunque procuré bastante disimular, al tiempo de darle la mano delante del preste y demás circunstantes, me inmuté toda interiormente de verme ya sujeta a un hombre. No dejó de salir el sentimiento escondido a los ojos. La madrina que estaba a mi lado me vio llorar, aunque no discurrió por qué; que pensó lloraba por dejar la compañía de mi madre ( Auto. T.I, P.I,ff.31-31v).
20-1-1723     Nace su primer hijo, Sebastián.

A los diez meses de casada nació el primer hijo que Dios nos ha dado. Y éste le fue nuevo motivo a su padre para más darle el deseo y cuidado dicho, porque como tan temprano empezaba nuestro Señor a darle hijos, él discurría nuevos modos para tener qué dejarles en la muerte (Auto. T.I, P.I, f.36v).
1723     Su esposo Juan-Antonio emigra a Cádiz.
Y por más diligencias que yo hacía para darle gusto en cuidar de las cosas de mi casa, como no tenía  memoria se perdían muchas; él se afligía de ver esto; yo no podía remediar mi mal; y como él no veía el aumento que deseaba en su casa, me pidió licencia para irse fuera de la tierra, con título de que todo lo que adquiriese me lo enviaría. Y que lo primero que había de hacer era irse a Cádiz, que es tierra o ciudad donde hay mucho comercio y que hallaría modo de emplearse en cosa decente. Que si no la hallaba allí, que pasaría a Indias. (Si nos embarcáramos para las del cielo, cierto que nos estuviera mejor!) Muy distintos pensamientos eran los míos (Auto. T.I, P.I, ff.38v-39). 

La vida que yo tuve en este tiempo es un poco dificultosa de explicar y más que mi lengua es tan ruda que me he de ver en harto trabajo para dar a entender los favores y misericordias que Dios obró en mi alma, pues fueron tan, tan grandes, que suplico a su divina Majestad me asista y me enseñe lo que he de decir. (Auto. T.I, P.I, f. 40)


1724 Fuerte experiencia mística: Jesús la invita desde la Cruz a su seguimiento.


Tenía en mi cuarto un Crucifijo de mediana estatura, y estándole mirando con mis temores y dudas de si podría resistir al enemigo o, si por mi flaqueza, me dejaría vencer de sus asechanzas, me pareció que me habló su divina Majestad desde la cruz estas palabras: –Apártate de la ocasión en que me puedes ofender; y sígueme. De la palabra: sígueme, estoy bien acordada; de las demás, en sustancia fueron las dichas, aunque no me acuerdo bien en el modo de decírmelas su divina Majestad; aunque me acuerdo de los efectos que causaron en mi alma ( Auto. T.I, P.I,44-44v.).


1724    Grave enfermedad.
Como yo quedé enferma desde la ocasión de nacer el chico, y se fue luego su padre, empezóme una hidropesía de humor en el vientre, que cada día crecía, [...]Y así me determiné y fui a suplicar a mis dos viejos, que en dicha ocasión estaban solos los dos en su casa, que no tenían hijo ninguno consigo, que me admitiesen por amor de Dios en su compañía, dándoles algunas razones que tenía para dejar mi casa mientras su hijo estaba o estuviese fuera; que yo estaba mala y muy melancólica; que no podía comer, ni dormir, ni sosegar; y que todo esto me lo causaba el verme sola y sin la compañía del marido que Dios me había dado (Ibíd., ff. 49-50).

1724 Empieza una vida espiritual intensa.
No me sé yo dar a entender; pero desde esta ocasión, me parece empezó el divino platero a desbastar la corteza de oscuridades que había en mi alma y potencias, para ir poco a poco allegándola más a lo fino, con la asistencia de su gracia y duplicados favores, que en su nombre iré diciendo como mejor pueda, para que vea mi padre sus divinas misericordias y le alabe por ellas [...].Tenían junto a la casa un huerto chico que no había más distancia que salir de la puerta de casa y entrar en él. Yo, como toda mi ansia era de estar sola con mi Dios, discurrí irme a este huerto por algunas horas del día [...]; y allí me cerraba con llave, sola, sin embarazo de criaturas (Ibíd. ff.47v; 61).


1726 Regresa su marido de Cádiz. 

Al cabo de dos años y medio de haberse ido escribióme que se quería retirar a su casa, que me estuviera en ella para cuando él llegara, que ya sabía que yo me había ido con sus padres. [...]Pues ya llegó a casa y se espantó de verme, que no me conocía de la suerte que estaba, que parecía un palo seco. Como él no había visto los males que había padecido, no era mucho el que me hallase tan desfigurada de como me dejó cuando se fue, porque aunque quedaba mala, no era la sombra de lo que después pasé a mis solas y sin su asistencia.(Auto. T.I P.I f.85-85v).
   
 22-6-1727    Nace su hija Leonor.
A esto se juntó el embarazo de una niña, que padecí lo que no es creíble en traerla en mis entrañas [...]Todos esperaban lo contrario de lo que Dios quiso, que fue darme aquella niña, la que sin milagro del Señor no pudiera nacer (Ibíd., ff. 86v-87).




8-9-1727 Juan-Antonio emigra a Sevilla.

Mucho lloré esta segunda vez que se fue, y el pobre no lo hacía menos. Parecía que nos despedíamos para siempre; y con todo nuestro llanto y sentimiento de ambas partes, ni él podía dejar de irse, ni yo detenerle. Era cosa rara el amor que en estos últimos días me mostraba, aunque siempre me quiso (Ibid., f. 89).

Capítulo IV: "Intercambio de amores": vida intensa de oración

1727    Viste el hábito seglar del Carmen.

Y yo pensando en mi hábito, cuando resuena el clarín de mi santísima Madre y Señora del Carmen, la que llenó de una soberana luz toda mi alma e intelectualmente me habló en verso, o ello cae así: –“¿En qué piensas? ¿En quién pones tu afición \ Toma querida, mi hábito, que es la mejor devoción, \ que entre las prerrogativas, \ soy yo en grado mayor. \Y trae a tus hermanas, \ por mi divino escalón \ para que puedan llegar \ a muy alta perfección” (Ibíd., f. 183).

16-10-1728  Promesa de la fundación.
En esta ocasión me pareció que me dijo el Señor estas palabras: –En el corazón humilde y obediente reposa mi cabeza. Tú serás fundadora de un convento. Esto pasó todo junto, y de allí a breve espacio, entendí: 



–Y tu confesor será el prelado.
 Yo con estas palabras volví sobre mí y no sé qué gozo me causaron; que al principio no se ocurren al alma dudas hasta que hace después reflexión de los imposibles que ve en sí para no creer lo que oyó. [...]Entré en sospecha si sería antojo mío lo que me había pasado, porque otra cosa no podía ser en el estado presente. Por otro lado veía yo mi pobreza, que no tenía para fundar convento; con que así lo deseché de mí como una tentación, sin dar 
crédito por entonces a estas palabras. Y así pasó aquello sin más novedad ni reflexión sobre las palabras, pero en lo interior de mi alma no sé qué género de posible ser lo que había entendido, que no podía desecharlo por más que hacía. Pero mis dudas eran muy grandes, por hallar tantos imposibles en mí. Y con esto solía desvanecerse un poco; pero luego volvía Dios a intimarme con el sentido de las palabras. Yo no apoyo fuesen de Dios, sino digo llanamente lo que pasó. Fuesen suyas, o del enemigo, o de mi aprensión, Él se lo sabe, que yo harto he padecido por seguir lo que me dieron a entender en ellas. Que no sé que tengan tanta fuerza las del enemigo, que saque al alma de sí en el modo de obrar que después siguió, por el gusto de Dios y el bien de sus prójimos. (Auto. T.I P.I ff163v-164v).
1729  Encuentro con los escritos de santa Teresa.
Díjome mi confesor que sí tomase su santo hábito; y que allí traía un libro de la Vida de santa Teresa de Jesús, que se lo habían dado en Tuy, rogándole que lo trajese; que su merced no lo buscó de propósito según me ha dicho, sino que se lo habían ofrecido que lo trajera a su casa. Como yo vi que era la Vida de nuestra santa Madre, me confundí de ver el prodigio de Dios que concurría tan de presto con mis deseos. Yo llevé el libro a mi casa[...]. Me dio mucho consuelo esta santísima vida [...] Lo más que leía en este libro, así para mí como para las demás, era en Camino de Perfección, que parecía nos estaba la santa madre hablando al corazón con aquella celestial doctrina, que venía bien al modo de vida que yo quería tuviésemos (Ibíd., ff. 187v-188).

1729  Le siguen varias jóvenes.
Estando con estas súplicas continuas a su divina Majestad, sin discurso mío, oía estas palabras interiormente muchas veces: –Yo quiero, amada mía, que me críes unas doncellas para mi servicio. Más hijas quiero que tengas a tu cargo que los dos hijos tuyos [...]. Yo me disculpaba fuertemente con mi indignidad al Señor, diciéndole quién era yo para criar almas [...]que tenía yo más necesidad de ser enseñada que de enseñar a otras lo que yo no sabía hacer para mí [...].Un día –que parece atrevimiento mío y poca humildad–  estando en mi oración, tanto me apretó el Señor sobre el asunto de que le había de admitir en mi compañía algunas almas, que dije: –Señor, déjame ya; si las quieres, tráelas Tú, que las recibiré, con la condición de que Tú cuidarás de enseñarlas (Ibíd., ff. 174-174v).

1729  Forma un grupo de oración
Pues no aguardaba el Señor otra cosa, que luego empezó a despertar unas cuantas doncellas, las que me fueron buscando a mi casa y antes buscaron a mi confesor para confesarse con su merced. La primera de éstas fue a mi casa con grandes deseos de hablarme; todas eran hijas del lugar, las que poco a poco fueron despertando para darse a Dios. Esta primera que digo, se llamaba de mi nombre. Me ha dicho que viéndome un día en la iglesia le estaban dando unos impulsos de hablar conmigo y no se determinaba. Y en esta ocasión parece que yo le hablé después de salir de la iglesia; y de aquí empezó a ir a mi casa. A ésta la siguieron las demás. Pero de trece que se juntaron, las primeras y permanentes conmigo en los trabajos que se levantaron, fueron las tres que están ahora religiosas profesas (Ibíd., ff. 174v-175).


Capítulo V: Andariega a lo divino: ¡en Sevilla, la maravilla!

1730    Dios le inspira su deseo de que salga en peregrinación  en busca de su marido a Sevilla.  
Yo le dije de palabra a este padre que parecía quería Dios llevarme de aquella tierra[...]. Por otra parte, veía que me daba el Señor mucha prisa, diciéndome: –Hija, sal de tu casa, que Yo iré en tu compañía.–Yo decía: –Señor ¿y adónde quieres que vaya? [...] Y a esto me aseguraba su divina Majestad  [...] que previniera mis cosas y que no me detuviera en dificultades humanas; que hablase a los padres de las tres, que dejo nombradas, para que dejaran ir a sus hijas, adónde el Señor las llamaba, en mi compañía. Que dijese a mi madre que me cuidase de mi niña, y el chico que lo llevaría mi confesor consigo a Roma, el que estaba actualmente con su merced. Todas esas diligencias hice en nombre del Señor (Ibíd., ff. 380-380v).

Enero-1730 Llegan a Coimbra: los padres carmelitas aprueban su espíritu.
Ya llegó un religioso [...]. Pues yo, aunque no le vi con los ojos del cuerpo, mucho vieron los de mi alma en este santo padre. Que le empecé a dar cuenta de mi alma y del destino que llevaba [...]. Mucho se consoló mi alma en hallar quién me entendiese. De puro gozo no me pude contener sin llorar bastante a sus pies. Me fue sacando tantas consecuencias para la confianza en Dios que debía tener [...] que yo me maravillaba de oír a este santo padre, que, con textos de la Sagrada Escritura me certificaba. Y me sacó de todas mis dudas –las que todavía no dejaban de reinar en mi alma [...]. Me dijo este religioso, que después de miradas todas mis cosas con bastante cuidado y reflexión, que les parecía conveniente y gusto del Señor que pasase adelante (Ibíd. ff. 419v-420v).

Marzo-1730  Llega a Sevilla, entrevista con su marido.
Lo que te puedo decir [su esposo, Juan-Antonio] es que yo me quiero confesar a mi gusto; y quiero entregarme a Dios mejor de lo que lo he hecho hasta aquí. No quiero nada de esta vida, ni deseo otra cosa más de servir mucho a mi Dios. Y convengo en que nos apartemos para el fin de servir al Señor. Si tú quieres entrarte religiosa, yo haré lo mismo. Y nos daremos el consentimiento ‑uno a otro‑ delante de quién convenga, para que tú vayas, con la bendición de Dios, adonde su Majestad te llevare. Que yo haré voto de entrarme en religión también (Ibíd., f. 483v).

25-marzo-1730  Separación matrimonial: se consagran a Dios ambos esposos.
Llegóse el día de la Encarnación. Buscó el hermano tres testigos gallegos que nos conocían y tres notarios. Y delante del cura de la parroquia de san Miguel se ha hecho la función, con aprobación del padre confesor del hermano y del mío, que por entonces lo era nuestro padre fray José del Espíritu Santo, y con la aprobación de otros, según me dijo su reverencia (Ibíd., f. 491v).


CapítuloVI: Primer intento frustrado de fundación en Compostela

31-08-1730  Sale de Madrid para fundar el convento en Santiago.

Ya tenía mis cinco hermanas, y todas muy contentas y valerosas para ponernos en viaje, de Santiago; a esta última, que decía quería ser del ministerio de la cocina, no le dejé poner hábito en Madrid y así fue de seglar, porque en las posadas del camino pudiese con más facilidad salir del cuarto, donde estuviésemos retiradas, a buscar lo necesario para las comidas [...].Compré los libros de nuestro santo padre, san Juan de la Cruz, y todos los de nuestra santa madre Teresa, que me los trajeron de la librería de nuestros padres. Llevé breviarios para todas, menos para ésta que he dicho. Compré un misal en san Jerónimo y no sé cuantos rezos para añadir a los breviarios, que los compré ya un poco viejos menos para una, que también se compraron nuevos porque no hallamos en las librerías más viejos que pudieran servir [...] Don Miguel y su mujer y una señora marquesa y otras salieron acompañándonos hasta dos leguas fuera de la corte. Llevamos mucho acompañamiento, que iba el coche de seis estribos de la duquesa de Osuna  con señoras conocidas, iban otros coches, y nosotras nos repartimos para dar gusto [a] aquellas señoras que deseaban ir con cada una de nosotras en los coches [...]. Desde Madrid a Santiago, creo, hay ciento y diez leguas; éstas las caminamos en quince días (Ibíd., ff. 570 ss; ff.576-577).

  
15-septiembre-1730 Llegan a Santiago: sufrimientos y humillaciones.
Casa habitada por María Antonia y sus discípulas en 1730
fecha de su primer intento de fundación
Llegamos a Santiago el día quince de septiembre, al anochecer. A la entrada de la ciudad enviamos al embajador que iba con nosotras, el oficial de don Miguel, a casa del señor Calderón, dándole un recado de cómo estábamos allí que si gustaba fuésemos a su casa, como así lo había enviado a decir al que nos dijo en Madrid, que teníamos casa segura para recogernos en Santiago [...] El señor provisor, por cierto influjo, la visita que nos ha hecho fue enviarnos un notario; esto fue antes de volverse a Madrid, Francisco. Y a su vista nos notificó el notario, con excomunión, cinco mandamientos: lo primero, que no habíamos de pedir a nadie de la ciudad para nuestro mantenimiento nada. Lo segundo, que no habíamos de salir juntas a la iglesia; que cada una habíamos de ir por su lado y a distintas iglesias. Lo tercero, que no habíamos de ir con nuestros hábitos descubiertos. Lo cuarto, que no habíamos de hacer vida de religión. El quinto, que yo hiciera el oficio de madre seglar con aquellas hermanas, sin observar cosa que oliese a vida religiosa, así en la comida como en las demás cosas (Ibíd., ff. 591-591v).


Inscripción dentro de la capilla de San Antonio,
donde asistían a Misa Mª Antonia y sus compañeras en 1730. 
1731 Fracasa el primer intento de la fundación.
Después de esto, vino orden de su ilustrísima que enviara yo las tres gallegas a casa de sus padres. Este fue el más sensible golpe para las tres pobres hermanas, aunque yo, por lo que acá me tenía, las había prevenido, como he dicho, para cuando llegase el lance. Con todo echaron su sentimiento por los ojos, que no había quién acallarlas. Yo les decía: –Ahora es la ocasión, hermanas mías, de mostrarse más finas para con su Esposo, llevando este golpe por tantos como su divina Majestad llevó de aquellos enemigos por nosotras. Ya os tengo dicho que el Señor os ha de recompensar esta tribulación que por Él padecéis con la mayor fineza de su amor, sustentándoos en el siglo en su gracia y vuestra vocación; y después os cumplirá vuestros deseos. Que espero en su bondad, que habéis de volver a poner el santo hábito con perfección y con más honras de vuestro divino Esposo de lo que ahora ignoráis (Ibíd., ff.700v-701).

Capítulo VII: Madrid: buscando la Voluntad de Dios

15-septiembre-1731  Sale para Madrid con Leonor y la hermana Josefa.
Salimos de aquella tierra árida y seca Josefa, yo y la niña, en el mismo día que cumplía el año que entramos en aquella ciudad, que todo él fue un continuo padecer de día y noche. Como yo no había visto a mi madre, ni me acordé de su merced para tal cosa, decía Josefa cómo tenía corazón de venirme con el fin de quedarme por esta tierra sin haberme despedido de mi madre; que podíamos ir por Bayona por donde estaba su merced, que poco se rodeaba.Yo le dije: –Hermana mía, una vez me he despedido de su merced con ánimo de no volver a verla; y así vamos nuestro camino derecho, que no tengo más madre que hacer la voluntad de mi divino Esposo, que es el que vamos derechas a Madrid sin detenernos (Ibíd., ff. 733-733v).

1732  Visita el Carmelo del Corpus Christi.
Yo casualmente pregunté si había convento más que el de la Imagen de carmelitas descalzas en esta ciudad [de Alcalá de Henares], que no lo sabía. Me dijeron que sí había uno, que se llamaba el de afuera. Dije a la chica doña Ana, y a la criada, que habíamos de ir a verle y entrar en su iglesia; que nos diéramos priesa a caminar para poder volvernos aquel día a la corte. Vinimos las tres; y llegando a la puerta de la iglesia la hallamos cerrada, que ya sería cosa de la una del día. Yo deseaba mucho no volverme, una vez que había llegado a la puerta, sin ver la iglesia. Luego nos deparó Dios el sacristán. Yo muy tapada con el manto, le supliqué que me abriese la puerta de la iglesia que teníamos devoción de verla. Él buscó sus llaves y abrió la santa puerta de esta santa iglesia. Yo entré la primera dentro; y a la primera vista que di al altar mayor, me quedé como una cosa suspensa en medio de la iglesia, y dije: –Ésta es la que ando buscando [...]. Yo, con el gozo que tuve de verla [...], pregunté al sacristán, con disimulo, si había muchas monjas en este santo convento, y si había muchas enfermas, que como eran tan santas estarían enfermas de amor de Dios, que así las consideraba a todas sus reverencias. Le hice no sé cuantas más preguntas todas a mi intento, y me respondió a todo con mucha cortesía como si yo fuera algo. Le di no sé si dos [pesetas] de plata por la gracia que me había hecho de abrirme la puerta de la iglesia. Y nos fuimos con Dios a Madrid (Ibíd., ff.773v-774v).
  
  Capítulo VIII: Viviendo a tope su hermosa vocación de Carmelita 
      
Marzo-1733  Ambos esposos toman el hábito carmelitano.
El hermano tomó el santo hábito en nuestro colegio por la mañana, con toda la honra de nuestros santos padres. Yo no fui a ver su función, que me he quedado en casa como novia que quería ver a otro Esposo de aquél y no hacía caso sino era para encomendarlo a mi Dios [...]. Ya se fue con nuestro padre rector a su convento; y yo por la tarde me fui al mío, donde me recibieron todas mis madres, por amor de Dios, con mucho gusto suyo (Ibíd., f.806v).
Era tanto el concurso de gente en la iglesia y el montón que estaba a la puerta, que no era posible poder llegar la novia a la puerta; y con harto trabajo hemos entrado dentro. El hermano estaba con nuestros padres en la iglesia, con mucha devoción para ver mi función. El que puso la plática era padre nuestro, que tuvo que subirse al púlpito, porque como era tanto el alboroto de la gente, casi no se pudiera percibir nada de lo que decía si no se subiera al púlpito. Yo toda estaba atribulada, porque como era tanto el tumulto de gente, unos gritaban y otros lloraban y se daban golpes; decía para mí: si sucede alguna desgracia por mi causa en esta santa iglesia, y si se matan unos a otros. Y toda temblando de miedo de esto, todo era suplicar a Dios no permitiese se hiciera sangre en su templo; y así con tanto alboroto de gente, me vi bien apretada para llegar a la puerta reglar con la madrina. Ya entré dentro, y todo se aquietó (Ibíd., ff.807-807v).


19-Marzo-1734  Profesión religiosa de ambos esposos.
Llegóse el día de nuestro padre san José, que por profesar en su día, se detuvo la función no sé si tres días después de cumplir el año de haber entrado. Profesamos los dos a una misma hora, que fue en la oración de por la mañana. Y la función del velo se hizo en el mismo día de nuestro padre san José, y el predicador hizo su sermón del día de la fiesta y mi función, que tomó los dos puntos y así se hizo todo con mucha devoción y solemnidad, asistiendo los señores que me han favorecido, a la entrada; y con mucho gozo y consuelo de mi alma, me sacrifiqué a mi divino Esposo de nuevo.
Al tiempo que hice la Profesión por la mañana, me dio tal ansia de llorar, que no podía pronunciar palabra de la Profesión que hacía; y las madres entraron en cuidado de si acaso sería alguna tentación la causa de mi sollozo y estaban mirándose unas a otras, aguardando a ver lo que yo hacía. Luego quiso Dios acallarme para que hiciera mi Profesión. Y era el motivo de mi llanto de considerarme indigna de tal beneficio como el Señor me hacía en admitirme a la Profesión religiosa. Como sólo su divina Majestad era el que sabía los secretos de mi corazón, no podemos juzgar las criaturas lo que pasa por el interior de cada uno (Ibíd., ff. 17v-18).

Capítulo IX: Sus dos hijos siguen las huellas de sus padres

1735 Feliz paradero de sus dos hijos: Sebastián y Leonor, todavía niños, entran en la orden de santo Domingo.
 Primero, Leonor:
Pues después que yo tenía no sé si dos años y medio de hábito, quiso esta señora venirme a ver, como lo suele hacer todos los años, y a traerme la niña para que yo la viera y ella me viera a mí. Como esta señora tiene una hermana dominica en el convento de Loeches, quiso de camino que me venía a ver a mí, ver a su hermana, y con la niña pasaron a Loeches desde Madrid y de vuelta traían el ánimo de pasar por esta ciudad y estarse en ella algunos días para hacerme su visita. Así que llegaron a Loeches, según su relación y de otros muchos que la han confirmado, que yo no lo he visto, pero creo que personas de tanta cristiandad no habían de decir una cosa por otra, y dicen que la niña hizo su primera visita con su madrina, que así llamaba a la señora, a las madres en el locutorio y de allí a poco rato se salió con un niño, hijo de doña Ángela que tendría poco más o menos la misma edad que la chica, pero estuvo tan gracioso en decir de vuelta lo que le había pasado con la chica, que como testigo de vista no tenía necesidad de tercera persona que hablase por él en este santo locutorio de casa, dice que salieron los dos de junto a su madre y la dejaron con las religiosas y salieron a jugar como dos niños; él, que tendría ocho años, meses más o menos, y lo mismo la niña; ella dice no quería jugar, sino que se puso enfrente de la puerta reglar del convento allí quieta […]. Ella perseveró junto a su puerta reglar, con deseos de verla abierta. Quiso Dios que todos ignorantes del pensamiento de Leonor, que llegasen unos hombres con un trasto pesado para entrarlo en el convento. Abrieron las terceras la puerta reglar para que entrasen los hombres con la cosa que llevaban que me parece dijeron era cosa de tarima o tablas; la niña, así que vio la ocasión de la puerta reglar abierta, fue corriendo y se metió debajo del trasto que entraban los hombres, y se entró en la clausura. Desde que se vio dentro, apretó el paso hasta verse un poco más en lo interior del convento. Las terceras, con sus velos, no repararon en la entrada de la chica hasta que la vieron dentro de la clausura; y luego que la vieron, le dijeron: CSal niña, )cómo te has entrado acá? Sal, que queremos cerrar la puerta. Y dice: CCiérrenla, madres, que yo no salgo fuera, que me quiero quedar en este convento con ustedes. Hiciéronle más fuerza para que saliese; y dice que se alborotó tanto, que no hubo fuerza humana para hacerla salir […]. Entró este santo señor a examinar a la chica, ella de la parte de adentro, solita en su locutorio, y el sacerdote también solo de la parte de afuera. Y dice que halló unas respuestas en la niña a sus preguntas sobre su entrada de aquella suerte, que le sorprendieron; que dice daba unas razones como si fuera una mujer de veinte o treinta años. Y de esta manera todos se persuadieron a que no era aquella determinación de la niña de su edad o antojo de ver el convento, sino disposición del cielo (Ibíd.,ff. 52v-54v).

Después, Sebastián:
De lo que deliberó esta niña, tomó ejemplo su hermano y vino confuso de verla en la compañía del santo sacerdote y los demás señores que asistieron a la función de su hábito […]. Hasta que el chico, con ver la función de su chica hermana, eligió el mismo estado que ella; aunque, como había tratado mucho con nuestros padres de la Congregación de Italia y asistía muchos días allá con sus reverencias, mostraba el chico inclinación a nuestro hábito; y nuestros padres de este colegio de Alcalá le hicieron mucha merced, que porque estuviera recogido, le tuvieron en su santa compañía de seglar, no sé si dos meses; y él, en Roma andaba vestido de nuestro hábito con sus alpargatas o sandalias, como lo estilan nuestros padres de allá […].Como él después y al mismo tiempo que estaba en este santo colegio de esta ciudad, sucedió lo que llevo dicho de la niña, se le mudó la inclinación que mostraba hacia nuestra religión a la de su hermana; y con esto le llevaron a casa de don Miguel los mismos señores que venían de asistir a la función del santo hábito de la chica; y desde casa de don Miguel iba al estudio, al colegio de Atocha de los padres dominicos y determinó de entrar en su sagrada religión, donde se aprobó su tierna vocación; y le dieron el santo hábito en el convento de orden de predicadores en Salamanca donde está; que por falta de edad, todavía no está profeso. Entró de trece años el día del señor san Antonio Abad, y está ahora en el último año de su aprobación, que cumple dieciséis. Dios lo conserve para que no salga de tan santa religión como eligió. Amén. (Ibíd., ff.57v-58).

9-Marzo-1737  Vuelve a escribir su Autobiografía por mandato del padre Antonio de la Cruz
Si no me viene la luz del cielo mal podré obedecer a vuestra reverencia, padre y señor mío, en lo que me manda en nombre de Dios, nuestro Señor, que es el que escriba mi vida con toda verdad y claridad, así de lo malo como de lo bueno que pasó por esta mi pobre alma; como de las luces y misericordias que, a mi parecer, le hizo su Criador y Señor, que sea alabado por siempre. Mi memoria es muy flaca; y ahora la tengo peor que nunca, a mi entender. El Señor me asista y me acuerde las cosas, para poder obedecer a vuestra reverencia como debo: pues pienso, que por boca del que está en su lugar para mí, me manda su divina Majestad le haga este corto sacrificio, aunque muy costoso para mí. El me dé la luz y gracia que necesito para hacerlo con la claridad y verdad que sea posible en la rudeza de mi lengua y toscos términos, por no haberme enseñado otros más conformes y a propósito de como lo pedía la materia que vuestra reverencia, padre mío, me manda. Aunque espero que nuestro Señor le dará luz para que me entienda, supliendo lo que no me dio la nación. Por amor de Dios y en su nombre empiezo este discurso de mi vida diciendo que, cuanto dijere en ella, lo sujeto todo a lo que tiene nuestra santa madre Iglesia, en la que protesto vivir y morir, ayudada de la divina gracia, con la que espero salvarme por los méritos de nuestro Señor Jesucristo. El que sea mi guía, como alabado por todas sus criaturas. Amén (Ibíd., ff-1-1v).
Tintero utilizado por la Madre en Santiago 

12-Marzo-1738 Termina de escribir su Autobiografía (la primera parte en Alcalá). 
Hasta aquí llega el discurso de mi vida de seglar y religiosa. Algunas cosas se quedan por temor de decirlas o no saber explicarlas; pero me parece que, aunque muy mal todo, bastante he dicho para que mi padre se haga cargo de toda esta alma, porque yo no puedo explicar a los hombres lo que Dios enseña callando; porque su estilo con las almas es más obrar que hablar muchas palabras. Que no es esto cosa de díjome, díjome Dios esto o aquello. Y así paciencia, padre mío, que yo no entiendo de díjome, díjome. Todo me lo dice, todo; pero no sé decir cómo. -Tú lo sabes Señor. ¡Que alabado seas! Amén. Amén por todo. Empecé a escribir esta mi vida el año pasado de 1737 a nueve del mes de marzo; y la acabo hoy, a doce del mismo mes, en este año de 1738 en este convento de Santa María de Corpus Christi de carmelitas descalzas de Alcalá. De vuestra reverencia sierva y su más inútil hija en el Señor. María Antonia de Jesús. Muy padre mío fray Antonio de la Cruz (Ibíd. F. 96v). 

Capítulo X: ¡La Fundación: nuevos vislumbres!

1738 Aparecen de nuevo sus deseos de la fundación.
En todos los cinco años que digo tenía de hábito, cuando acabé de escribir dichos papeles, en los que escribí las luces que el Señor me dio para la pretensión de esta santa fundación […] quiso Nuestro Señor mitigar un tanto mis deseos de dicha fundación para que después de religiosa, cuidase sólo de imponerme en las cosas de mi nuevo estado […]; pero con todo el descuido que yo tenía de la fundación que había pretendido, no se me quitaba nunca una secreta luz de que se había de hacer, la que tenía en lo interior de mi alma […] Y estando un día en la celda donde yo vivía, sentí que el Señor me quería disponer para nuevos asuntos, aunque eran ya viejos, pues fue renovarme y encender en mí los deseos de que se hiciera esta santa fundación con tal viveza, que empecé a padecer un nuevo martirio de deseos de la gloria de Dios y bien de las almas que se habían de salvar por medio de esta su santa obra […]. Estos grandes deseos de la fundación, que voy diciendo -a los que llamo yo un martirio intolerable-, si el Señor no hiciera a veces la costa, eran bastantes para quitarme muchas veces la vida. Y desde que empezaron, que creo duraron diez años poco más o menos, digo desde este año de 1738 hasta el de cuarenta y ocho en que Dios dio fin a mis deseos con la ejecución y logro de esta santa obra, siempre estuvieron de un ser, sin mudanza alguna.

6-3-1739 Don Miguel de la Helguera y don Gregorio Cariga se obligan  a entregar 40.000 ducados para la fundación.
Y después de pasados algunos días, escribí a nuestro padre general sobre el asunto de la escritura, diciéndole a su reverencia que tuviese por bien de mirar con atención las cosas que pedían los tales bienhechores míos, que a mí me parecía no eran nada gravosas a la orden […]. Y que no era razón se perdiesen cuarenta mil ducados que entre los dos ofrecían, para comenzar dicha fundación; esto es, don Miguel ofrecía los treinta mil y don Gregorio diez porque éste no podía tanto como el primero. Y siendo así que dichos señores los ofrecían sólo por sí, y graciosamente, sin carga para la comunidad como he dicho, de una sola Ave María, ni más condición en este particular que el que los encomendasen a Dios a título de solo bienhechores, como lo notaba el tanto de la escritura.

12-12-1741 Madre María Antonia sale elegida priora en el Carmelo de Alcalá.

En fin, ya vino su reverencia y se hizo la elección, con tanta paz y unión de todas que, a la primera vez salió esta indigna sierva de todas aquellas mis santas madres por su prelada. El decreto de Dios se ha cumplido; pero yo tan confundida, que no me podían llevar al coro de llanto que me dio, que me parece no podía sosegarme con pensar que yo, siendo tan inútil, quería Dios que gobernase aquella santa comunidad, habiendo otras que lo pudiesen hacer con más acierto y experiencias que yo. El prelado apretó con el precepto de que lo admitiera y quedó hecha una muy mala y malísima priora, y sierva de mis más queridas madres en el Señor, el que sea reverenciado y alabado por sus altísimas disposiciones. Amén (Ibíd., f. 39v). 
5-Marzo-1748 El padre general nombra a Madre María Antonia fundadora.

Después de dispuesto todo, me nombró el santo definitorio para venir a esta fundación y dio comisión a nuestro padre fray Matías de la Concepción, que era provincial al tiempo, para que nombrase su reverencia las demás madres compañeras y fundadoras de esta santa obra; y que las escogiese su reverencia a su propósito de lo mejor de la provincia nuestra de Castilla la Vieja […].Con esta disposición, y estando yo ya nombrada en los libros del santo definitorio, me escribió nuestro reverendo padre fray Matías, en que me decía que yo me previniese para la salida de mi convento, que sería presto, porque ya estaba dispuesta la casa aquí, donde habíamos de venir a parar y vivir mientras no se disponía sitio para empezar la fábrica del nuevo convento (Ibíd. f 216).


1748 Disposiciones para realizar la Fundación.

Con todo lo dicho, dio orden mi provincial a la priora de mi convento y monjas para que me dispusieran para la salida. Y que todo se hiciera sin ruido ni dar noticia a la gente conocida de aquella universidad porque no se tumultuara. Que como yo estaba en el torno al tiempo, no dejaba de tener bastantes apasionados que si supieran cuando era mi partida, acaso no me dejaran de cansarme demasiado con sus visitas […].Hecha esta diligencia y estando los dos señores don Miguel de la Helguera [y] don Gregorio de Cariga, mis dos bienhechores, sabidores de todo lo dispuesto, mi provincial ordenó que la señora doña Josefa, la mujer de don Gregorio, fuese con su coche a Alcalá y me acompañase. Don Gregorio, como tan puesto en razón, que miraba las cosas con el fin de que todos los pasos que se podían dar fuesen en utilidad de esta santa obra, me escribió diciéndome que era más conforme que yo viniese acompañada de alguna señora grande de España […].  Yo, aunque ya conocía algunas y las había tratado en el siglo y en el locutorio de mi convento, y sabía el modo de cómo se había de tratar con dichos señores -aunque a mi modo rudo- no me pareció ser necesario, que para acompañar a una pobre descalza era bastante y sobrada la dicha señora, mujer de don Gregorio […]. Y quedamos de acuerdo del día que dicha señora había de ir por mí, juntamente con mi prelado (Ibíd., f. 219).

1748 Estado de ánimo de su comunidad ante su próxima ausencia.
Mientras no llegaba el día dispuesto, me hicieron mis monjas la ropa nueva, así de enferma como de sana, y empezó con esto a contristarse toda la comunidad de mis queridas madres; unas lloraban por un lado y otras por otro, dando suspiros y ayes, diciendo que le llevaban a su María Antonia de Jesús sin remedio; que bien se lo habían pronosticado cuando me recibieron en su compañía; que para suceder así, que, ojalá no me hubieran recibido. Con esto decían algunas mil cosas que las dictaba su gran sentimiento. Yo nunca he sido muy tierna de corazón, que no lloraba con facilidad sino con alguna gran causa, o por otros motivos que nacen del amor divino, que son harto dulces aquellas lágrimas; yo como estaba tan seca que no podía llorar con los que lloran, como dicen que lo debemos hacer así, me daba pena, y me quejaba de esta sequedad a mi Dios viendo a mis madres tan afligidas por mi partida […].Por unos días fui pasando así […].
 Y bajo al refectorio un día y apenas me siento a la mesa, estando toda la comunidad presente, me vino un ímpetu tan grande de sentimiento, que no pude disimularlo: porque me dio un grande llanto, de suerte que tuve que salir fuera del refectorio; que cosa como ésta, en mi vida me acuerdo que me haya sucedido, que no sólo lloraba amargamente, sino que daba gritos como una loca sin saber de mí, y decía mil desatinos de dolor y sentimiento que me dio la viva aprensión de ver que dejaba a mis queridas madres, y que me venía a conocer otras; que aunque todas eran hermanas de la misma orden, no sabía lo que me sucedería con la novedad de la nueva compañía […]; que ya había padecido mucho y que no estaba para más, esto es, por esta fundación […]. Tuvo el Señor por bien de apartar todo el nublado de mi alma, aunque duró algunos dos o tres días, pero no tan espeso de fuerte, que después, cuando salí de hecho, no lloré ni sentí nada, porque el Señor ya me tenía muy fortalecida y sin la viveza de las aprensiones, que el enemigo, con so color de verdad, me había combatido tanto como he dicho (Ibíd. ff. 219-220v).

Capítulo XI: Iniciando la ruta, su paso por Madrid

5-Septiembre-1748 Salida de su convento de Alcalá para Santiago.
Se fueron disponiendo las cosas, y el día cinco del mes de septiembre del año de 1748 salí de mi convento a las doce de la noche, acompañada de mi provincial, y mi padre fray Paulino, y el secretario provincial, don Gregorio de Cariga y su mujer, con otra señora amiga mía de Alcalá, que no se pudo excusar por ser bienhechora del convento, pero no había de venir conmigo sino hasta Madrid. Con todo el secreto que se andaba de que nadie lo supiese de la ciudad, al tiempo de la salida estaba todo el zaguán del convento lleno de gente; y bastaban las voces de los criados de él para convocar a toda la gente, si no fuera la hora que era. En fin, el coche atropelló por todos, y salimos a la dicha hora (Ibíd., ff. 221v-222).

6-Septiembre-1748 Pasa por el convento de Santa Ana de Madrid
Caminamos toda la noche, y al amanecer llegamos a Madrid; y pasaron los coches por la calle de Atocha en la que vivía mi santo don Miguel, que por hallarse bastante enfermo no pudo ir a Alcalá para acompañarme también, que así me lo había escrito antes. Pues como digo, para ir derecha al convento de santa Ana, lleváronme por dicha calle; y las criadas, acaso serían las que estaban en el balcón, que como ya sabían que iba, madrugaron bastante, y como vieron que el coche donde yo venía con las dos señoras, iba con las cortinas echadas, empezaron a decir: -Allí viene, allí viene la Madre María. Y porque no se alborotara más gente, ordenó nuestro padre, digo mi provincial, que apresuraran los cocheros el paso, y de una corrida me llevaron a mis madres de Santa Ana (Ibíd. ff. 222v-223).


Septiembre-1748 Visitas que recibe en el Carmelo de Madrid
Fueron tantas las señoras grandes, que en los ocho días que estuve [en] aquel santo convento, que en todo el día -así por mañana y tarde-, [no] me dejaron un cuarto de hora libre para rezar el Oficio divino; que era preciso valerme de la noche. Yo estaba tan molida y cansada de tantas visitas, que bien necesitaba algunos días de quietud para poder volver a caminar a mi destino. Ni las pobres religiosas tuvieron, casi, lugar de estar conmigo, que todas a porfía lo deseaban; pero como las señoras grandes de España parece que se avisaban unas a otras y no hacían más de enviar recados a todas horas para que se les diera lugar para venir a verme, como si yo fuera alguna cosa que de nuevo había venido a España y que nunca se hubiera visto una pobre carmelita vestida de este pobre sayal […]. Porque después de despedirse las dichas señoras, estaban muchas personas de harta distinción, esperando en el zaguán por lograr siquiera el verme; y se llenaba el locutorio de gente, de suerte que muchas veces no se entendía lo que hablaban; y yo allí puesta como si fuera algún animal que hubiera venido de las Indias, extraño y nunca visto en España (Ibíd. ff. 223v-224v).

13-Septiembre-1748 Visita de su Majestad, la reina doña Bárbara de Braganza
Lienzo al óleo de la Reina de Domenico Duprá
(1725-Museo del Prado. España)

Y sobre todo, vino un mensajero de palacio con recado de nuestra señora, la reina, a la madre priora: que no me dejara ir, que quería su majestad ir a verme antes. Yo me estaba deshaciendo por salir de tantas visitas, y Dios, por lo mismo que yo huía de toda la gente, me detenía, sin poder tener salida por parte ninguna, pues no se podía dejar de hacer lo que la reina pretendía; y esperé todos los siete días hasta que, creo se dignó su majestad de ir a favorecerme con su real persona a dicho convento. Y todo puesto en orden, como lo estilan aquellas mis santas madres para recibir a las personas reales, entró su majestad por la tarde, con sus damas y camaristas; aunque quiso nuestro Señor que no entraran hombres, que todo el acompañamiento de los señores se quedaron fuera, porque así lo había dispuesto su real majestad. Estaba todo el convento hecho un cielo, muy ricamente adornado, y toda la casa iluminada […]. Luego que entró preguntó adónde estaba la fundadora. Yo estaba, como todas las demás, allí, aunque ya le había besado su real mano juntamente con todas así que entró; pero como le dijeron que allí estaba, me puse de rodillas y le volví a besar la mano, y me abrazó su majestad con mucho agasajo y amor. Luego pasamos adentro del convento acompañando a su real persona, y se sentó en un sitial que estaba prevenido, como siempre para todas las veces que entran en dicho convento, que son muchas; y empezó a hablar con harta llaneza y amor con todas las religiosas. Y nos hizo sentar a todas; y con esto, trabó conmigo la conversación. Ya sabía su majestad como yo había sido casada, y que tenía dos hijos religiosos, y el marido también, que se lo debió de decir una gran señora, que no me acuerdo el título, porque dicha señora concurrió a la entrada no sé de qué parienta suya en las dominicas de Loeches, adonde estaba mi hija; y creo que allí supo todo la dicha señora y lo participó a la reina; asimismo que yo tenía allí una niña que era de este modo y del otro; y supo también que yo no había venido por Loeches a ver a dicha mi hija, y a despedirme de ella estando tan cerca y que no se rodeaba mucho. Y con estas noticias que tenía dicha reina, empezó a dar tras de mi ánimo y dijo: ¿Es posible que haya tenido corazón para no ir a ver y despedirse de aquella niña tan linda como Dios le ha dado, estando en el camino, casi? Dígola que tiene ánimo más que de mujer. Yo creo que le dije: -Señora, una vez que se ha dejado por Dios una cosa, no es bien se la volvamos a quitar. Yo cuando entré en mi santo convento, así a padre como a hijos, los dejé del todo por su Majestad, y también el privarme de volver a verlos. Y ¿qué había yo de hacer con venir a ver, y despedirme de mi hija? Darle, acaso, motivo de alguna tentación, de ver que yo me voy tan lejos, y ella no poder venir en la compañía de su madre ya estando profesa en aquel santo convento donde está muy gustosa y contenta. Con esto me preguntó por el hijo y padre; y respondí lo mismo; y se satisfizo su real majestad, aunque se admiró mucho (Ibíd. ff. 225-226v).

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