"Con el corazón contrito y humillado", como cantaba en su humildad el santo rey David...

 

Con esta actitud de reconocimiento de nuestra propia verdad, y de reconocimiento agradecido, también, por sabernos salvados, iniciamos en este Miércoles de Ceniza nuestro itinerario cuaresmal, que no se detendrá ante vanas distracciones, hasta alcanzar la meta que da el sentido a nuestra peregrinación: la comunión con los sentimientos -en la gloriosa Pasión, muerte y Resurrección- de nuestro Salvador, Jesús.

Nuestra Madre María Antonia -como bien refleja esta frase, que nacía de su sincera convicción, y fue  puesta en práctica con tesón y alegría, nos ayuda a situarnos en la peregrinación que este año nuestro Papa Francisco nos invita a recorrer. ¡La cita a la que nos convoca es justamente el Monte Tabor... !

Es hermosa la Carta Cuaresmal que nos ha dirigido este año. Pocas palabras, pero todas girando en torno a actitudes centrales para poder encontrarnos con Jesús en su totalidad, como Dios y Hombre, en su Misterio de Redención...

El santo padre nos regala una oportunidad de practicar la ascesis que realmente nos puede ayudar tanto a crecer: la Escucha. La Escucha de la Palabra de Dios, en la Liturgia de este tiempo; y la vivencia de nuestra religiosidad, influenciada solo por todo lo que tenga relación directa con un Encuentro verdadero con Dios. Y para eso escoge este pasaje evangélico de la Transfiguración.

El Encuentro maravilloso y privilegiado al que asistieron los tres discípulos más cercanos a Jesús, es en realidad una cita actualizada para cada uno de nosotros. Con nuestro nombre propio, con nuestra capacidad de admirar y de sobrecogernos, asistimos en cada celebración litúrgica -sea de la Palabra, del Perdón, de la Eucaristía- a un increíble encuentro con el Transfigurado. No es solamente creerlo: quien se coloca en las filas de la humildad, junto con el resto de los hermanos, para recibir las Cenizas penitenciales de la Pascua, queda amorosamente invitado a subir con Jesús, a verle Transformado en lo que realmente es: un Ser divino, con Su Carne humana nimbada de gloria y majestad. 

La nube que rodea a todos los allí presentes -y a los que deseamos estar presentes hoy- manifiesta que todo encuentro con Jesús, con la divinidad, se realiza en medio de la discreción, en medio del ámbito en el que Yahvé-Dios gustaba de encontrarse con Moisés y su Pueblo escogido. La nube, ¡tan familiar al profeta Elías, que la identificó con la Reina de los Mares en el Monte Carmelo, signo de fecundidad, de aguas abundantes que tanto necesitaban las cosechas en aquel momento! La nube misteriosa que hemos experimentado alguna vez en la vida, que puede ser invisible, pasarnos inadvertida, pero que nos ha protegido con su sombra de tantas maneras eficaces, enviada por Dios mismo en los peligros más grandes...

Todas estas ideas son limitadas. El Misterio de la Transfiguración en el Monte Tabor, según nos explica el Papa, tiene multitud de resonancias aplicables a nuestra vida sencilla -¡pero tan importante para Dios!- de creyentes, a nuestra vida espiritual...

Pensemos, en esta línea de reflexión, que el tiempo de cuaresma pasa a ser un verdadero regalo para llenar nuestras vidas de contenido y de motivaciones. Acentuemos nuestro deseo de pasar algún ratito en ese "Tabor" que es el Sagrario, estemos -siquiera en la medida de nuestras escasas posibilidades- ante el Tabernáculo de nuestra parroquia o iglesia habitua,l adorando y acompañando al Señor en esa subida ideal, que va del Monte Tabor al Monte Calvario, hasta desembocar en un hermoso huerto o jardín donde nos deslumbrará de nuevo -y quiera Dios que así lo gustemos en el alma y en el cuerpo- la gloria definitiva de su Resurrección.




¡Buena cuaresma a todos!

¡Que la finalicemos revestidos

de Su propia Gloria y gratuita Santidad!


 



¡Felicidades, a todos los que hoy celebramos nuestra "Jornada Mundial" como consagrados!

 


En el templo entra María, 

más que nunca pura y blanca,

luces del marmol arranca, 

reflejos al oro envía.

Va el Cordero entre la nieve,

la Virgen nevando al Niño,

nevando a puro cariño

este blanco vellón leve.


Las dos tórtolas que ofrece

ya vuelan y ya se posan.

Ana y Simeón rebosan

gozo del tiempo que crece,

que estalla, que está; no hubo

quien, viendo al blanco alhelí,

dijera -por ti, por mí-

que al hielo esta noche estuvo.


"Ninguno de nosotros ponga obstáculos a esta luz y se resigne a permanecer en la noche; al contrario, avancemos todos llenos de resplandor; todos juntos, iluminados, salgamos a su encuentro. Dejemos, hermanos, que esta Luz nos penetre y nos transforme" (San Sofronio).



"Y cuando mañana tu hijo te pregunte: "¿Qué significa esto?", le responderás..."

(Del Libro del Éxodo)