BIOGRAFÍA


  Madre María Antonia de Jesús (Pereira y Andrade)

 Carmelita Descalza     1700-1760


En el albor del siglo XVIII viene al mundo María Antonia Pereira y Andrade, descendiente de una familia de antigua nobleza aunque, al tiempo de nacer nuestra protagonista, sus padres constituían una rama familiar venida a menos. Vivían en un pueblo pequeño de la provincia de Pontevedra, Cuntis, que pertenecía,  y pertenece aún, a la Diócesis de Santiago de Compostela y se halla a unos treinta kilómetros de la capital de la Diócesis.

Allí, pues, nace María Antonia, un cinco de Octubre, sietemesina y frágil.
Decía mi madre que solo siete meses me trajo en sus entrañas y que estaba muy cierta de esto. Y como nací sin la cabal cuenta, no salí muy fuerte de fuerzas ni nunca las he tenido… Y, como no era del tiempo común de todos los nacidos, por temor de que me muriese, me llevaron luego a recibir el santo bautismo.  (Autobiografía. T.I, P.I, f.3).

Fue la primera de  los cuatro hermanos, todos varones, de los cuales el menor falleció siendo niño. Recibió de sus padres el primer conocimiento de las verdades de la fe, aunque su padre la trataba con extrema severidad. En la edad de los juegos infantiles, sus hermanos la culpaban de todas las travesuras.

En esta edad aprendió también de su madre el arte de hilar y hacer encajes, con tanto primor que apenas ya la dejaban hacer otra cosa. Viendo doña María la severidad extraña de su padre, decidió enviar a María Antonia a vivir con una tía paterna que se dedicaba a educar niñas en su casa. 

Esta buena tía, que vivía en el pueblo de Caldas de Reyes, recibió a la niña con mucha alegría, y, dada la condición piadosa de María Antonia, la tomó por compañera de sus devociones. De los buenos ejemplos recibidos aquí guardó un hermoso recuerdo toda su vida. Con esta tía comenzó a hacer oración e incluso a darse a la penitencia.  
Me parece que llegué a cumplir los siete años de edad en casa de esta tía. Muy buena         escuela de virtud y ejemplo halló mi alma en ella, cuando llegué a uso de razón, si no fuera tanta mi desgracia en hacerme sorda a las luces y llamamientos de Dios, que por medio de esta buena tía me ponía presente. (Autobiografía. T.I, P.I, f.5-5v).

Tras casi dos años con su tía, regresa a su hogar. Para entonces, su padre, gravemente enfermo, se encontraba retirado en el monasterio franciscano de Herbón, donde había deseado morir. Efectivamente, fallece en ese lugar al cabo de unos meses del regreso de María Antonia. Como la madre quedaba viuda jóven, y con los hijos pequeños, la tía de Caldas solicita que María Antonia vuelva de nuevo a su compañía. Así sucede, cuando la niña cuenta alrededor de diez años.

Esta segunda estancia en casa de su tía se convierte para la niña en el inicio de una etapa profundamente turbulenta para su alma. Así lo cuenta ella:

Yo no iba muy gustosa para la compañía de aquellas muchachas, que algunas no me gustaban mucho. Porque, después del deseo de la soledad que tenía mi alma, no me hallaba entre ellas, porque decían algunas mentiras y esto me daba no sé qué pena. Estas cosillas de ellas no las solía saber mi tía, que si no las castigara y me apartara de su compañía. 

En el despertar a la vida la muchacha, se encontró completamente sola para afrontar los desconciertos de la edad. Ni se atrevía a hablar de sus sufrimientos a su tía, que era la única posible confidente, ni menos encontraba consuelo en los confesores del lugar, que lo único que conseguían era ponerle cada vez más inquietud de lo que experimentaba. Con este sufrimiento vivió, como ella misma dice, durante diez años y fue determinante en su posterior decisión de tomar el estado del matrimonio, pensando que, pues sentía esas cosas, no podría seguir la vocación religiosa a que se sentía inclinada.

A sus catorce años, se traslada a la ciudad de Bayona, donde su madre se encontraba desde hacía algún tiempo como ama de llaves del Abad de aquella Colegiata. Vuelve a convivir con su madre y hermanos, y se reanuda la vida de familia, liberados ya de las inseguridades que padecía la viuda sola en el gobierno de las tierras del difunto marido. Los hermanos varones van a la escuela, mientras María Antonia teje albas para servicio de la Iglesia. Ella comenta con gracia:

De mí nadie se acordó de enseñarme a leer, ni aun la Cartilla de los Cristos me pusieron en las manos; ni en mi vida había oído un libro espiritual ni de otra materia, que mi abuelo, aunque sabía y había sido grande estudiante, como estaba ya viejo, no leía; y si lo hacía, era sólo para sí. Yo, por cortedad, o porque no alcanzaba si me estaría bien el que me enseñasen a leer, no lo supliqué a nadie; y así me crié tan remota y ajena de espirituales consejos y doctrina, que me quedé hecha un zoquete, sin más habilidad que para ofender a Dios.(…) Todo cuanto hacía, no llenaba mi corazón, porque todo se volvía para mi acíbar con lo que padecía. (Autobiografía. T.I, P.I, f.14).

A la sombra del señor abad desarrolló sus capacidades y se entregó al ejercicio de la virtud, especialmente a la caridad con los pobres, a quienes daba limosna todo cuanto podía, hasta dar de su propia comida y ropa por aliviar las necesidades ajenas. El señor abad le daba libertad para repartir de su despensa, aunque su madre era bastante más reticente, como ella cuenta:

Mi madre me solía reñir, porque decía nunca había de tener cosa mía, por ser tan amiga de darlo todo. Yo entonces, no se me daba nada, porque pensaba en no tener cosa propia; aunque no sería esto por virtud. (Autobiografía. T.I, P.I, f.17v).

Llegada a la edad de tomar estado, sufre grandes dudas sobre el camino a seguir. Se sentía inclinada al estado religioso, pero su gran tribulación acerca de la castidad la hace por fin decidirse por el matrimonio. Su madre le presenta algunos pretendientes de buena posición, pero ella elige a un joven precisamente por ser pobre, pues, aún contrariando a su madre:

no podía pensar en bienes temporales ni deseaba vivir con ellos ni con persona que tuviera muchas riquezas, por parecerme más conforme a Dios ser pobres que ricos. (Autobiografía. T.I, P.I, f.29-29v).

Así, contrae matrimonio el 19 de Marzo del año 1722 con el jóven Juan Antonio Valverde, en la Iglesia Colegiata de Bayona. Era el día de San José, fecha expresamente querida por ella por tenerle gran amor al Santo Patriarca.                                                                                         
Tras la alegre ceremonia de la boda, María Antonia cae pronto en la cuenta de que su elección de estado no había sido la mejor.  Siente gran angustia pensando haberse equivocado y, sobre todo, temiendo haber sido infiel a Dios. Sin embargo, con la ayuda del Señor y el consuelo y luz obtenidos en el sacramento de la penitencia, acepta la realidad y se determina a  vivir su vida matrimonial según el modelo de la Sagrada Familia de Nazaret.

Después que ya no podía deshacer lo hecho, hice de cuenta que ya con afligirme no remediaría nada, porque ya no tenía libertad para tomar el estado de religiosa,(…) que lo mejor era tratar entonces de cómo debía cumplir con las obligaciones del estado en que nuestro Señor me había puesto, procurando la paz y unión con que debíamos vivir, dando en todo lo lícito gusto al marido, según me lo mandaba el Señor; que en ello y en hacerlo así, cuanto estuviese de mi parte, también su Majestad se serviría de ello. (Autobiografía. T.I, P.I, f.33).

Así emprende su nueva vida. Su marido tenía, como ella dice “genio allegador”; es decir, no amaba la pobreza como ella. Su deseo de mejoría económica le traía inquieto e incluso algo melancólico, hasta el punto de pensar en emigrar, como hacían tantos hombres de Galicia. A los diez meses del matrimonio, nace su primer hijo, Sebastián, el 20 de Enero de 1723. Esto ocasionó una mayor inquietud aún a Juan Antonio, que no dejaba de insistir en su deseo de emigrar a Cádiz, en busca de mejor empleo. Por fin, forzada por su insistencia, María Antonia da su consentimiento a la marcha del esposo, y se queda sola cuando el primer fruto del matrimonio no tenía más que diez u once meses de vida. Como una multitud de mujeres gallegas, a quienes Rosalía de Castro llamaría “viudas de vivos”, María Antonia se ve obligada a afrontar en soledad la sobrevivencia y la educación del hijo. Ella le había pedido a Juan Antonio que la ausencia no fuese prolongada, pero comenta con cierta amargura:

aunque ellos después que salen, muy poco se acuerdan de las obligaciones que dejan. (Autobiografía. T.I, P.I, f.40).

El Señor de la historia, sin embargo, cuidaba de ella y guiaba los acontecimientos hacia el cumplimiento de sus designios de amor. La soledad fue para María Antonia una escuela de oración en que comenzó a crecer en intimidad con el Señor y a experimentar cosas nuevas en su alma. En una situación difícil, acosada por un amigo de su esposo y en grave turbación, acude al Crucifijo y recibe de Él una gracia extraordinaria que cambiará a partir de entonces toda su vida. En medio de una luz interior desconocida, el Señor le dice:
”¡Sígueme!” 
   







Esta palabra fue el inicio de una etapa llena de favores extraordinarios, en medio de enfermedades que, secuela de su primer parto, la acompañarán toda su vida. Dedicada intensamente a la oración y a la práctica de la caridad, avanza rápidamente en el camino espiritual.




Pasados dos años y medio de la marcha de su marido, regresa éste por fin a su hogar. Poco después se encuentra ella esperando su segundo hijo, una niña que nacerá en un parto muy difícil el 22 de Junio de 1727. Al ver a María Antonia en grave peligro de muerte, Juan Antonio se conmueve y decide marcharse de nuevo, esta vez a Sevilla.

Me dijo con mucho amor:

–Hija, yo por no verte morir no me atrevo a vivir contigo, porque si yo te doy motivo de perder la vida en otro semejante lance como éste, no he de tener valor para verte morir; no quiero verte en ese peligro, y así me volveré a ir, que Dios me mantendrá en tu ausencia con su divina gracia libre de caer en ofensas suyas; y a ti te dará fuerzas para mantenerte sola con tus dos niños, que no te veo capaz de poder tener más sin que mueras y esto no tengo corazón para verlo; y así dame licencia para irme con Dios. –Yo a esto, si mal no me acuerdo, le dije:

–Si yo me muriese en uno de estos lances, todo es morir y no será morir mal, pues muero en los accidentes del sacramento en que Dios me puso; y así no quiero que te vayas ni vengo en ello, si no es que tú no quieras vivir conmigo por tu voluntad. (Autobiografía. T.I, P.I, f.87v-88).


Pero, a pesar de todo, cuando la niña Leonor contaba sólo dos meses, y a los catorce de haber regresado, el esposo se ausenta de nuevo. Nunca ya volverán a convivir. El Señor hacía sentir a María Antonia un fuerte deseo de vivir “en pureza de alma y cuerpo”, y ella ve en la decisión de su marido el medio por el que Dios quiso concederle lo que le hacía desear. A partir de este momento, se referirá a él siempre como “el hermano” pues, como ella dice,

no le llamaré sino hermano siempre que le nombre, pues la vida de marido se acabó aquí, y así no tengo para que nombrarle con este nombre.(Autobiografía. T.I, P.I, f.90).



Amanecer sobre el Monasterio

Con su salud totalmente quebrantada y dos hijos pequeños por criar asume la nueva situación en total apertura al querer de Dios. En esta nueva soledad, Él la somete a un aprendizaje espiritual y humano intenso y se le manifiesta cada vez más fuertemente, acelerando una transformación interior extraordinaria, como si el Señor tuviese prisa de prepararla a la misión que la esperaba.



Entendí de su divina Majestad:

–No es mi voluntad, ahora, que mueras; sino que vivas en Mí.



¿Cómo diré la vida que la sustancia de estas palabras dio a mi alma? Que palabras y obras –todo– aquí concurrieron a un tiempo. Empezó el Señor a soltar en mi alma el mar inmenso de sus misericordias: desabrochó el pecho de su amor para conmigo. En esta ocasión, parece me dio la mano de Esposo y empezó a regalar mi alma con tantos favores que no los sabré decir. Todo aquel vacío que antes sentía, lo llenó este divino Amante; que sin ver cosa corpórea, parece estaba yo toda llena de Dios. Y el manjar con que me alimentaba era con su mismo Espíritu, a mi entender, tan dulce y deleitable que parecía me hallaba ya en la gloria. (Autobiografía. T.I, P.I, f.152).


Busca dirección espiritual, dejándose guiar dócilmente. El progreso de su vida interior se hace casi vertiginoso. Amor y sed insaciables de Dios, creciente intimidad con Él en la oración, pruebas interiores, males corporales, incomprensión y calumnias, experiencias sobrenaturales desconcertantes, obra divina avasalladora en el alma, amor apasionado a la Cruz, celo cada vez más ardiente del bien de las almas… todo culmina en una promesa aparentemente imposible.
En medio de una situación difícil, oye en su interior estas palabras:
–En el corazón humilde y obediente reposa mi cabeza. Tú serás fundadora de un convento. (Autobiografía. T.I, P.I, f.163v).


María Antonia no comprende cómo pueden ser verdad esas palabras, en las circunstancias en que ella está, pero el Señor va asegurando su interior de que a su tiempo se cumplirán.

 Por lo pronto, Dios empieza a enviarle jóvenes que solicitan unírsele  para ser formadas por ella en la vida cristiana y en los ejercicios espirituales. Los padres de estas muchachas se las envían, contentos de que sus hijas sean educadas por ella. María Antonia no permite que se queden en su casa de noche, sino que las envía con sus padres, pero durante el día las tiene consigo, enseñándoles labores de manos e instruyéndolas en la vida espiritual por medio de lecturas y oración mental. El fervor de las jóvenes crece y se va perfilando en proyecto de vida común, consagrada a Dios en el trabajo y la oración. Es en ésta época cuando el Señor le concede aprender a leer y a escribir milagrosamente, fenómeno atestiguado por numerosos testigos.

Muy pronto, el grupo aumenta y supera el número de trece. Cuando María Antonia, movida por el Señor, solicita y obtiene (con licencia de su marido) poder usar el hábito descubierto de terciaria del Carmen, comienza a despertarse en el pueblo un creciente rechazo de las gentes. Esta costumbre de que los seglares terciarios vistiesen el hábito de la Orden a la que estaban asociados no era demasiado rara en su época, pero a María Antonia le es ocasión de numerosas burlas y tribulaciones.  El grupo se convierte en objeto de mofa y desprecio, hasta el punto de que la mayor parte de las discípulas la abandonan, no porque dejen de apreciarla, sino por no padecer la repulsa de la gente. Llega a tal punto la persecución que su confesor es denunciado al Obispo de Tuy y éste le retira las licencias de confesar. Al mismo tiempo, María Antonia es rechazada de todos los confesonarios a los que se acerca.


Catedral de Tuy
En semejante atolladero, acude personalmente al Obispo de Tuy, haciendo a pie el camino hasta la ciudad episcopal con una compañera. Él, naturalmente, provee de remedio a la cuestión de los confesores, pero cuando ella le habla de la posibilidad de intentar una fundación para las jóvenes que la siguen, el Obispo la rechaza de manera absoluta.

En medio de tantas contradicciones y sufrimientos, los raudales de la gracia divina continúan derramándose sobre ella. Abundan las humillaciones y desprecios, incluso siendo vejada públicamente, pero el Señor la asegura y la sostiene: vive en esta etapa todo un proceso interior que culmina en el matrimonio espiritual, la experiencia de los dolores de la Pasión, la confirmación en gracia, cuando apenas  cuenta veintinueve años.

Al crecer las luces de Dios en su alma, el plan divino sobre ella se va abriendo camino. Por fin, comprende que la situación en Bayona se le hace insostenible y se determina a ir en busca del “hermano” con el fin de proponerle sus deseos de ser  religiosa. Parece una empresa imposible, porque él ya le ha manifestado repetidas veces que nunca dará su consentimiento para ello. Pero el Señor le ha prometido que lo será, y ella espera contra toda esperanza, no sabiendo cuál es el medio ni el momento para que el Señor le conceda sus deseos.
De esta manera, sale de Bayona acompañada de tres de sus discípulas, que para entonces vestían también el hábito del Carmen como terciarias. Tras una conmovedora despedida de su madre y de sus hijos, a quienes deja al cargo de su confesor y de la abuela, emprenden el camino las cuatro viajeras un día veintisiete de enero de 1730, ya cayendo la noche.


Zafra teme que los conventos de las carmelitas y las dominicas se derrumben
Iglesia del antiguo beaterio Carmelitano de Zafra, después Monasterio, en el que se hospedó la M. Mª Antonia con sus compañeras


En pleno rigor del invierno, hacen el camino a pie hasta Zafra recorriendo Portugal y deteniéndose en Coímbra. Allí ha oído María Antonia que se encuentra un Colegio de Carmelitas Descalzos en donde residen muchos religiosos de gran experiencia y letras, y quiere consultar todo su caso antes de seguir adelante. 



Así que llegamos a esta ciudad dije a las hermanas que se previniesen para hacer en todo la voluntad de Dios: que yo no daría paso adelante sin saber cuál sería su santísima voluntad por la boca de los padres. (…)Y que, si nos decían nos volviéramos, que lo habíamos de hacer por dar gusto a Dios, aunque ya teníamos muchas leguas andadas, y el volver atrás parecía cosa dura al natural; pero como fuese voluntad de Dios, todo se nos haría corto.(…) Yo iba en derechura a buscar la luz en la fuente. (Autobiografía. T.I, P.I, f.418v-419).




Antiguo Convento de Padres Carmelitas de Coimbra

Tras largas consultas entre los PP. Carmelitas y Dominicos de Coimbra, después de haber sido aprobado abundantemente su espíritu, continúan su camino.



Antigua Iglesia de los Carmelitas de Coimbra

Desde ese momento, los acontecimientos cambian de rumbo y de tono. María Antonia y sus compañeras están felices, y se ponen en marcha con el fin de procurar la fundación de un Carmelo en Galicia. Salen de Sevilla en busca del Rey, para solicitar la licencia de fundación. Éste se encuentra en el Soto de Roma, en Granada.


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Antigua Casa Real del Soto de Roma (Granada)


 Allí encuentran personas relevantes que les prometen ayuda, y siguen hasta Madrid, donde María Antonia trabaja intensamente en la realización de todos los trámites necesarios. Se gana muchas amistades influyentes, incluyendo un bienhechor que ya durante toda su vida la asistirá con su amistad y su dinero.

Con muy buenas esperanzas, salen por fin de Madrid con la intención de fundar en Santiago de Compostela, a donde llegan al atardecer del 15 de Septiembre.

Pero ya durante el camino comienza a vislumbrar María Antonia las sombras de la tormenta que el Señor le mostró en Sevilla, y nada más llegar se ve rodeada de contrariedades. Este primer intento de fundación se convierte en un crisol tan duro de su virtud que en esta etapa alcanza, en cierta manera, una cumbre única en su vida. La Cruz más amarga se le da a gustar en el cuerpo y en el alma, junto con experiencias místicas elevadísimas.

En Santiago la acompañan, además de las discípulas que salieron con ella de Bayona, otras dos jóvenes que se le unieron en Madrid. Una de ellas se convierte en instrumento de su sacrificio, causando graves situaciones en el grupo. El Arzobispo interviene probándola hasta extremos incomprensibles. Su salud se quebranta aún más y el sufrimiento se hace su pan de cada día. En medio de todo, y para fortalecerla antes de lo peor, el Señor obra en ella un éxtasis extraordinario que le dura por nueve días continuos.

¡Válgame Dios! que parecía estaba su amor en esta ocasión conmigo de fiesta, enseñándome por un lado su gloria y diciéndome que me quería llevar consigo; y por otro lado poniéndome delante la aflicción con que estaban aquellas almas pidiendo al Señor que no me llevase entonces. Y por último me decía que haría lo que yo quisiese. ¿Qué respuesta había de dar mi alma enamorada de su divino Dueño a este favor de que haría lo que yo quisiese? Porque yo no quería hacer mi voluntad sino la suya, ni en vida ni en muerte. Con todos aquellos deseos que yo tenía de acabar de verle fuera de este cuerpo, y al mismo paso que me decía haría lo que yo quisiese, me estaba el Señor mostrando mucha de su gloria. (…) le dije a mi divino Esposo que yo no quería vida ni muerte si no era hacer su divina voluntad. Pero si era la suya el que todavía viviese en esta vida para padecer trabajos, que desde luego admitía el vivir, que toda la gloria que me estaba enseñando [la renunciaba] por un solo poquito de gloria que podía tener su divina Majestad accidental con mi vida. Y así que elegía mejor el vivir para padecer que el morir entonces para gozar, pero de manera que no quería nada sin su divina voluntad. Fue de tan cordial gusto para mi divino Esposo esta renuncia que hice por entonces de la gloria que me estaba mostrando, que en retorno de mi sacrificio soltó los ríos de sus finezas sobre las que me estaba comunicando. (Autobiografía. T.I, P.I, f.627v-628v).



No es posible resumir en pocas líneas ni las gracias particularísimas que el Señor le concede ni las tribulaciones que ha de padecer en este año terrible que pasa en Santiago de Compostela. Todo culmina con la decisión del Sr. Arzobispo de dispersar el grupo, enviando a las tres discípulas gallegas a sus casas, tras despojarlas a todas del hábito que llevaban y confiscar todo lo que tenían.

 Echaron su sentimiento por los ojos, que no había quién acallarlas. Yo les decía:
–Ahora es la ocasión, hermanas mías, de mostrarse más finas para con su Esposo, llevando este golpe por tantos como su divina Majestad llevó de aquellos enemigos por nosotras. Ya os tengo dicho que el Señor os ha de recompensar esta tribulación que por Él padecéis con la mayor fineza de su amor, sustentándoos en el siglo en su gracia y vuestra vocación; y después os cumplirá vuestros deseos. Que espero en su bondad, que habéis de volver a poner el santo hábito con perfección y con más honras de vuestro divino Esposo de lo que ahora ignoráis. (Autobiografía. T.I, P.I, f.701).

 Es evidente que la fundación no se hará, al menos por esta vez. María Antonia decide, por último, regresar a Madrid para intentar cumplir allí su voto de religión, abandonando en las manos de Dios la idea de fundar en Santiago. Sale de la ciudad el mismo día que hacía un año de su llegada. Va acompañada de una de las dos jóvenes que se le habían unido en Madrid. La otra, que “había hecho para ella el papel de Judas” quedaba en Santiago. Lleva consigo también a su hija Leonor, que a petición propia le había sido enviada desde Bayona por la abuela. 


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Iglesia del Refugio de San Antonio de los Portugueses de Madrid, en cuyo colegio se educó Leonor            

       Llegada a Madrid, se hospeda en casa de su gran bienhechor, D. Miguel, que le ofrece todo el apoyo de su amistad y la ayuda económica que necesite para ser religiosa. Busca entre mil avatares cuál será el monasterio que el Señor le tiene destinado para ser carmelita descalza. Otro matrimonio, gran bienhechor también, se hace cargo de la crianza y educación de la niña Leonor. Su hijo Sebastián está ya en Roma con su confesor de Bayona.                           



      María Antonia pasa sus ratos amargos en el discernimiento de su responsabilidad respecto a sus hijos. Todo lo hace con intensa búsqueda de la voluntad de Dios, consultando exhaustivamente a los sujetos más autorizados de Madrid y de la universidad de Alcalá de Henares. Además, el Señor la asegura:



      Estando como he dicho con mis temores y representando al Señor la aflicción en que se hallaba mi alma, me dio el Señor a entender que no tuviese cuidado alguno sobre lo que ya le había entregado a su divina Majestad, porque los niños, una vez que se los había dado para que los cuidara como Padre verdadero de ellos, que ya corrían por cuenta de su divina Majestad, y que así echase todos mis cuidados en sus divinas manos; que cumpliría su palabra . (Autobiografía. T.I, P.I, f.748).



         Así lo cumplió el Señor como se lo había prometido. Cuando más adelante los dos hijos entren en la Orden Dominicana, Mª Antonia, ya religiosa, escribirá:


   (… ) por quedar ya mi monjita del todo asegurada en la casa y religión sagrada de mi gran padre santo Domingo: pues el mismo santo me había ofrecido en una visión en que se me apareció,(…) que me dijo me ayudaría; conque así lo cumplió mi gran patriarca, llevándose para su santa religión a mis dos hijitos, y una de las tres que salieron en mi compañía desde esta nuestra tierra de Galicia. (Autobiografía. T.2, f.69).
 Sea nuestro Señor alabado por sus divinas disposiciones y altísimas providencias como ha tenido para dichas dos almas y para pagarme a mí y a su padre en esta vida aún, el sacrificio que su Majestad misma nos hizo hacer de ellos, dejándolos a su divino cuidado como verdadero Padre, que así los cuidó y amparó entrándolos en una tan ilustrísima y santísima religión;(…) a cuya sagrada orden debo, por muchos títulos, el vivirle muy agradecida a los muchos favores que me ha hecho, que no sólo se dignó de que vistieran mis hijos el santo hábito de mi gran padre santo Domingo, sino el haberlos recibido en tan tierna edad, criarlos, y sufrir sus niñeces, como si les tocara algo de cosa propia. Todo se lo premiará en el cielo. (Autobiografía. T.2, f.71v-72).




      Después de muchos avatares en la búsqueda, entra por fin en el Monasterio de Carmelitas Descalzas del Corpus Christi de Alcalá de Henares, el día 15 de Marzo del año 1733, tal y como el Señor se lo había mostrado muchos años antes. En aquel entonces, se recibía el hábito el mismo día de la entrada. María Antonia lo vistió esa tarde en una solemne ceremonia concurrida de numerosísima gente, que acudió a la novedad de ver entrar en religión a una mujer casada. Esa misma mañana, en el Colegio de los Padres Carmelitas Descalzos de la misma ciudad, había recibido el hábito del Carmen su marido Juan Antonio que asistió, ya fraile, a la ceremonia de su mujer.

Fachada del Carmelo de Santa María del Corpus Christi, en Alcalá de Henares

         Inicia, pues, esta nueva etapa de su vida, no sin algunas sorpresas, pero cada día más feliz y centrada. En el momento de entrar en el Monasterio suplica al Señor que no haya más exterioridades en su vida, sino que le permita pasar en todo desapercibida entre las hermanas.

            "Me hizo el Señor una merced muy singular como se la había pedido antes de entrar en la religión, que fue que me había de quitar todos los excesos que redundaban del espíritu interior en lo exterior de mi persona (…) que podían conocerse en lo exterior y dar a las monjas en qué entender con las dichas exterioridades" (Autobiografía. T.2, f.131). 

     "Que en esto ya he dicho que me ha hecho y cumplido todo lo que le he pedido al entrar en esta su santa casa, que no padezco exterioridades como lo solía hacer conmigo allá fuera. Y así obra Dios con tanto secreto en mi alma, que no se perciba nada por lo exterior de mi cuerpo y acciones, porque toda la sustancia de aquella máquina de cosas que solía tener en la vida de seglar, está recogida en lo interior de mi alma" (Autobiografía. T.I, P.II f.67-67v).

    Resulta impresionante constatar la verdad de este hecho en las declaraciones hechas años más tarde por las religiosas que convivieron con ella. Todas aseguran que, aunque sobresalía su ejemplo de virtud, nunca se advirtió en ella nada que denotase gracias especiales ni que llamase la atención.

        Profesan por fin María Antonia y Juan Antonio el mismo día de San José del año 1734.

Retablo restaurado del Carmelo de Alcalá

   "Con mucho gozo y consuelo de mi alma, me sacrifiqué a mi divino Esposo de nuevo. Con que di fin a mis deseos en esta vida, con especial júbilo de mi alma, dando muchas gracias a mi divino Esposo por tan incomparable beneficio como me ha hecho en recibirme en su casa y cumpliéndome todo lo que me había ofrecido en otro tiempo". (Autobiografía. T.I, P.II f.18).


    María Antonia se aplica a vivir con toda perfección su nueva vida de Carmelita, entregada a la oración y a la caridad fraterna. A pesar de que el Señor ya no le hace padecer fenómenos exteriores, no han cesado las gracias de excepción que jalonan su vida. Así, cuatro años después de profesar, el Señor comienza a moverla de nuevo a desear que se realice la fundación del Carmelo en Santiago de Compostela. Ella comienza a interesarse por ello, en contacto con sus antiguos bienhechores, y otra vez surgen dificultades por todas partes. 


      Un buen día, cuando se encontraba apenada por los problemas que surgían, entiende del Señor estas palabras:



  –Hija, no te aflijas tanto. ¿No sabes que soy el que lo puedo todo, y que no faltarán mis palabras? ¿Cuántas veces te he dicho que la fundación que has concebido de mi amor, se ha de hacer? Pero quiero, primero, que seas aquí priora. (Autobiografía. T.II, f.23 v).


    Suceden aún cosas sorprendentes antes de que finalmente se cumpla lo que el Señor le ha hecho saber. Pero el 12 de diciembre de 1741, cuando no lleva más que siete años de profesa, es elegida priora. En este oficio brilla aún más su virtud, especialmente su caridad y humildad, sin perder por eso la energía necesaria con que estimulaba el crecimiento de la comunidad en la perfección religiosa. Los testimonios de las religiosas que convivieron con ella en esta época son profundamente elocuentes en este sentido.


     Tampoco quedó olvidado el asunto de la fundación. Durante su priorato, y en total dependencia de los superiores de la Orden (aunque esto le costará también grandes pruebas), va preparando los caminos. Terminado su tiempo de priora y, siempre bajo el sello de la Cruz, la obra va cobrando forma hasta que por fin se fija la fecha de la partida. 



   Sale la Madre Mª Antonia de Alcalá de Henares el cinco de septiembre de 1748. Los superiores habían determinado que se detuviese en el monasterio de Santa Ana de Madrid, y allí se dirige. El P. General quiere disponer de tiempo para poder hablar tranquilamente con ella y también los Definidores vienen a despedirla. Entre otras muchas personas que solicitan poder hacerlo se encuentra la Reina Dª Bárbara de Braganza, que entra en el monasterio acompañada de muchas damas. La Reina ha oído la historia de la Madre Mª Antonia y quiere conocerla personalmente.



     "Supo también que yo no había venido por Loeches a ver a dicha mi hija, y a despedirme de ella estando tan cerca y que no se rodeaba mucho. 

Y con estas noticias que tenía dicha reina, empezó a dar tras de mi ánimo y dijo: 
--¿Es posible que haya tenido corazón para no ir a ver y despedirse de aquella niña tan linda como Dios le ha dado, estando en el camino, casi? Dígola que tiene ánimo más que de mujer. –Yo creo que le dije: 
–Señora, una vez que se ha dejado por Dios una cosa, no es bien se la volvamos a quitar. Yo cuando entré en mi santo convento, así a padre como a hijos, los dejé del todo por su Majestad, y también el privarme de volver a verlos. Y ¿qué había yo de hacer con venir a ver, y despedirme de mi hija? Darle, acaso, motivo de alguna tentación, de ver que yo me voy tan lejos, y ella no poder venir en la compañía de su madre ya estando profesa en aquel santo convento donde está muy gustosa y contenta". (Autobiografía. T.II, f.226 v-227).



      El grupo de las siete fundadoras fue nombrado por los superiores de la Orden. Todas ellas, excepto la M. Mª Antonia, pertenecían a la Provincia de Castilla la Vieja. Reunidas todas en el Monasterio de Rioseco, emprenden el camino el día 28 de septiembre acompañadas de varios Padres Carmelitas y algunas personas más.



          Como siempre, la Madre narra el viaje en su autobiografía con profusión de detalles y anécdotas. Santiago es para ella una “tierra prometida”, y todo este itinerario tuvo que evocarle los amargos acontecimientos de años atrás, pero ella apenas hace alguna vaga referencia al pasado. Entran en la ciudad del Apóstol el mismo día de Santa Teresa, entre una multitud de gente que sale a recibirlas por las calles. Cuando, agotadas, pueden retirarse a la casa que les han preparado, descubren que es estrecha e incómoda para el estilo de vida de las Carmelitas, de manera que la Madre comenta humorizando: 



      "Lo que empezamos a ver de la casa no era para causar mucha alegría, sino una devoción fúnebre (…) Nos causó devoción bastante, que nos dio motivo de acordarnos del portal de Belén, que aún sería aquél más estrecho y desacomodado para habitar y nacer en él el Rey de cielos y tierra" (Autobiografía. T.II, f.262 v).



   "Yo no cabía en mí de gozo de ver llegado aquel tan feliz y deseado día de mis ansias y anhelos, trabajos, suspiros de tantos años, por llegar a ver cumplido lo que Dios me intimó que quería hiciese y pretendiese, a costa de los trabajos que quedan dichos, sin otros muchos, que no se pueden decir todos" (Autobiografía. T.II, f.265v).




Primera casa donde se inició la Fundación en Santiago, año de gracia de 1748. Aspecto actual.


       Gozo, consuelo y alabanza continua al Dador de todos los bienes por la maravillosa manera en que ha guiado su vida hasta el cumplimiento de todas sus promesas. Sus compañeras testificarán después que uno de sus dichos frecuentes era exclamar: “¡Qué fiel eres Señor!... ¡Todo se cumplió!”

         Pero no por eso se acaba la Cruz. Diez años permanecieron en esa casa sufriendo incomodidades que ponían a prueba su resistencia y daban lugar a tensiones internas. Resultaba muy difícil establecer el orden de la vida carmelitana en un marco tan poco apropiado. Las vocaciones, sin embargo, vinieron pronto. 


     Cuando la comunidad estaba atravesando un momento difícil, hasta el extremo de que ella se sentía tentada de regresar a su comunidad de origen, relata lo siguiente:



     "Me fui a quejar un día que me hallé sumamente atribulada a mi Dios y Señor. El que, con más amor que otras veces, a mi parecer, que me hablaba, me dijo: 


    –María, Yo me hice el dormido en el centro de tu alma, adonde estoy reclinado descansando siempre, a ver cómo peleabas con tus enemigos. Y ahora, hija, cuándo habías de estar más fuerte, ¿desmayas? Sabe que Yo he sido el que te he traído. Y quiero que perseveres con valor. No temas; que el enemigo nuestro como no se puede vengar de mí, echa toda su rabia y furor contra el instrumento que tomé para esta mi obra, que eres tú, esposa mía y madre suya. Y quiero entregar el cuidado de este hijo a su propia madre" (Autobiografía. T.II, f.299v).



       Así, efectivamente, lo cumplió también esta vez el Señor, siendo ella elegida primera priora de la comunidad el 5 de agosto de 1750, un año y medio después de la llegada de las fundadoras, tras haber profesado las primeras novicias hasta completar el número necesario para tener elecciones. Las que entonces convivieron con ella, declararán algunos años después que “pronto puso todas las cosas en orden; se la veía solícita en todo, como verdadera madre (…) en medio de ser mansa y apacible, era enterísima en celar la perfección”.


     Era urgente encontrar lugar y medios para edificar un monasterio de nueva planta, pero las dificultades y contradicciones parecían no terminar nunca. Después de innumerables vicisitudes, se puso por fin la primera piedra un 20 de agosto del año 1753.

        Fue un grandísimo consuelo, pero todavía le quedaban cruces por gustar, y una de ellas bastante sorprendente. Pocos días antes del comienzo de las obras había ella terminado su trienio de priora. Como era costumbre entonces que no se repitiese en el priorato, otra Hermana fue elegida para el cargo. Al terminar ésta su trienio, sin que sepamos la causa, el P. General impone a la M. Mª Antonia por obediencia el cargo de Vicaria, impidiendo la elección ordinaria que había de tener lugar. Como es de comprender, esto fue costoso para la Comunidad, pero para Mª Antonia se convirtió en una tribulación amarguísima, viendo el descontento de las Hermanas que no se apaciguaba con nada. Durante más de un año se prolongó una situación saturada de tensiones y pesadumbre, de la cual ella se culpaba a sí misma.

          Sin embargo, quedó claro que el disgusto de la Comunidad no se debía a ella cuando, al autorizar el P. General por fin la elección, salió elegida la Madre Mª Antonia por unanimidad, el 2 de diciembre de 1757. Cuenta ella, todavía sorprendida, en carta a su director espiritual:

       Todo se ha hecho como nunca se podía esperar, según las tempestades pasadas, sosegando el Señor la mar y los furiosos aires que el enemigo levantó contra esta pobre navecilla, aunque a costa mía. Pero el Señor que así lo ha dispuesto, convendrá para su gloria y mayor mérito mío si sé aprovecharme de la cruz de esta carga. (Carta al P. José de Jesús María, 6 diciembre 1757)

        Por falta de dinero las obras adelantaban lentamente y hubo que esperar cinco años para que la casa estuviese mínimamente habitable. Cuando aún no estaba todo concluido tuvo lugar la traslación de la comunidad al nuevo monasterio, el 22 de octubre de 1758. La Madre, que se encontraba muy enferma por entonces, nos narra el acontecimiento casi al filo de los hechos:
   "pues con calentura y el dolor en el costado, que vine de este modo, a pie por acompañar a nuestro divino Esposo y mis hermanas, esforzándome más de lo que podía mi pobre natural; que a no haber concurrido la fortaleza de mi Dios en mí, no pudiera(…) Y toda yo temblando con mi mal y dolor en el costado,(…) como llevaba a mi divino Esposo delante, no hice caso de mi mal sino de acompañarle, como las sanas a lo menos, ya que lo debía yo hacer todo el camino de rodillas, si no fuera por el “dicere” de las gentes; y por esto mismo a la entrada de los umbrales de este nuevo templo de mi Dios y su santísima Madre, no me postré a besar esta santa tierra. (Carta al P. José de Jesús María 12 Diciembre 1758)



    Aunque quedaba todavía mucho por hacer en el monasterio, estaba sin embargo suficientemente acondicionado para poder vivir en él. Por tanto la Madre, enferma y cansada, considera que ya su misión está cumplida y presenta la renuncia al cargo de priora. El P. General se resiste a concedérsela, pero viendo su insistencia y la realidad de sus enfermedades, cede al fin, y la acepta el 8 de junio de 1759. Su consuelo de quedar libre del cargo se ve no poco aguado por el nuevo oficio a que la destinan: el torno, con un continuo contacto con las gentes que, conociendo su fama de santidad, buscan su trato. En realidad, varias de las personas que la conocieron más de cerca testificarán más tarde que su aceptación de este oficio fue un acto heróico.

      El Señor le había revelado, treinta años antes, que llegaría hasta los sesenta años. Ella espera el encuentro con su Esposo llena de alegría, y durante estos meses, que ella considera de preparación para su marcha, se entrega intensamente a la vida de oración y a la caridad, tanto en su trato con las Hermanas de la comunidad como en su relación con las personas de fuera. Innumerables testimonios nos han conservado los rasgos entrañables de su afabilidad, su compasión por los pobres y los que sufren, su alegría y sencillez, su olvido propio y una confianza en Dios que obraba milagros.

      Su salud siempre frágil, está ya tan quebrantada que, según dice su confesor de ésta época, parecía un milagro que pudiese vivir. Poco a poco va empeorando hasta que por fin se apaga su vida, sin haber apenas guardado cama, un 10 de marzo de 1760. 

       Quedó su cadáver tan hermoso y flexible que los médicos no se determinaban a enterrarlo, y se pospuso el sepelio hasta 48 horas. Durante ese tiempo, al correr la noticia de su muerte, acudió multitud de gente a venerarla, mientras la comunidad, conmocionada, lloraba su pérdida y recordaba sus ejemplos de santidad. 

      Antes de un año de su muerte, el P. General de los Carmelitas Descalzos dio orden de que se iniciase un proceso informativo en vistas a su canonización, encargando de ello al P. José de Jesús María, que fuera director espiritual de la Madre durante los últimos años de su vida, y que había sido quien le ordenó redactar su autobiografía y un escrito doctrinal que ella tituló “Edificio Espiritual”. 

       En este primer proceso declararon sobre las virtudes de la Madre más de 130 personas de diversas partes de España, muchas de las cuales la trataron de cerca en distintos tiempos y lugares. Es un documento único, que deja maravillosa constancia de la fama de santidad de la Madre entre los más diversos géneros de gentes, testigos de su vida. Esta reputación de santidad se extendió por los lugares donde ella vivió, y perseveró a través de los siglos, llegando hasta nosotros.

       El proyecto, sin embargo, fue interrumpido por diversas causas hasta que el año 1993 fue introducida la Causa oficialmente, clausurándose el Proceso Diocesano en 1996. 

   Esperamos ahora el fallo supremo de la Iglesia, que al presente examina la Causa (¡recuerden que en el próximo mes de noviembre será examinada por los teólogos en Roma!) ¡Recemos...!



                        A.M.G.D.V.M.

5 comentarios:

  1. ¿Hay algún día en que se celebre la fiesta de la Venerable M Mª Antonia?

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  2. No hay ninguna fecha fijada oficialmente para celebrar a la M. Mª Antonia de Jesús, porque todavía no ha sido beatificada.
    Aunque en varias partes de Galicia se la conoce como “la Venerable”, sin embargo este título no le corresponde propiamente hablando mientras que la Iglesia no haga oficial el reconocimiento de sus virtudes heroicas. De momento el título propio para referirse a ella es el de “Sierva de Dios”.
    Esperamos que el reconocimiento de sus virtudes heroicas no tarde ya demasiado, puesto que el segundo paso (de los tres necesarios) para ello está ya programado por la Congregación para las Causas de los Santos, según informamos en el apartado “Canonización”.
    Entre tanto, la Comunidad del Carmelo de Santiago celebra con gran alegría el recuerdo de la M. Mª Antonia en la fecha de su bautismo, 6 de Octubre, que ella misma consigna indubitablemente. La Iglesia suele celebrar a los santos en la fecha de su muerte, que es su nacimiento para el cielo. Pero, habiendo la Madre fallecido el 10 de Marzo, que necesariamente cae en Cuaresma, la comunidad ha encontrado desde siempre razones de conveniencia para celebrarla como lo hacemos actualmente.

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  3. Amei conhecer a historia de Irmã Antonia, linda e cheia de traços que indica santidade heróica. irei divulgar em meus perfis na internet aqui no Brasil sua biografia. Salve Maria.

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  4. ¡Muito Obrigado! Que la Madre María Antonia pueda ser más conocida y venerada en esa tierra santa de Brasil, donde viven tantas familias y tantos jóvenes en una Iglesia que necesita la protección de los santos. Rezamos todos los días ante su sepulcro por sus enfermos, y por todos los que puedan estar necesitados de la ayuda de la Venerable. ¡Dios quiera hacer muchos milagros entre esas sufridas y buenas gentes!... ¡Bendiciones desde Compostela!

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