Madre María Antonia de Jesús, apóstol de la juventud baionense,
 desde su condición de seglar.
        

        Acabamos de iniciar el llamado “tiempo fuerte” de la Regla carmelitana, que a partir del 14 de septiembre, Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, acentúa más su aspecto de sobriedad y renuncia, a través de los ayunos, junto a otras prácticas acostumbradas, que tanto ayudan a vivir más a fondo el espíritu genuinamente contemplativo de nuestra vocación. Hemos pensado en presentar muy sucintamente, casi como al vuelo, algo de lo que en la vida de la Sierva de Dios resultó ser determinante, como una misión que Dios le ofreciera desarrollar, fruto y consecuencia de la vida espiritual que ella misma estaba viviendo con la fuerza del Espíritu: ¡sus afanes apostólicos!

Las primeras discípulas

 Nos encontramos a María Antonia en alegre vivencia de su vida matrimonial, en el entorno de la hermosa Ciudad-Fortaleza que es Monreal (Baiona), dedicada a una intensa vida de oración, que en estos momentos ya ha alcanzado altas cotas místicas, que la inflaman en un inmenso Amor a Dios, el bien de la Iglesia y la salvación de los hombres:
      «Toda mi oración era en pedir al Señor por los pecadores y las necesidades de su santa Iglesia”. Pero el Señor le dice repetidamente: —“Más hijas quiero que tengas a tu cargo que los dos hijos tuyos”. Y María Antonia, resueltamente, le responde: —“Señor, déjame ya; si las quieres, tráelas Tú, que las recibiré, con la condicn de que Tú cuidarás de enseñarlas».
 El Señor no tarda en movilizar a esos corazones jóvenes. En efecto, llegaron a juntarse hasta trece. Una de ellas, María Fernández, da una relación completa:

       «Las tres hijas de don Carlos Pimienta y de doña María Luisa Pereira, vecinos de esta villa, llamadas doña María Antonia, doña Francisca Antonia y doña Ana Antonia, aunque ésta no concurría con tanta frecuencia porque la sujetaba su madre  a  que  cuidase  de  la  casa,  que  lo  demás  concurriera  con  la  misma frecuencia de todas; la hija de don Pedro Campuzano, corregidor que fue de esta villa, y de doña Teresa, cuyo apellido no tiene presente, llamada doña Maa Benita; las hijas de don Domingo de la Peña, secretario que fue de esta villa, y de doña Lorenza de Acuña, llamadas doña Juana y doña Teresa, aunque la una de ellas concurría con más frecuencia por tener la otra que asistir a sus padres y cuidar de su casa; la hija de Diego Gonlez y de Dominga Díaz, vecinos de esta villa, María Manuela; la hija de Vicente González y de Antonia de Araújo, vecinos  de  esta  villa,  llamada  Marta;  la  hija  de  Manuel  Ls  Correa  y  de Francisca de Villar, vecinos de esta villa, llamada Luisa; una vecina de este testigo, llamada Francisca Triga, cuyos padres no conoció ni tiene presentes sus nombres; este testigo y su hermana Antonia, hijas de Bartolomé Fernández y de Dominga Triga, y su prima Dominga, hija de Domingo Fernández y Jacinta Triga, las cuales se conservaron siguiendo y acompañando a dicha Madre en sus ejercicios devotos hasta el año de veintinueve»



Detalle de la Fachada de la Capilla de Sta. Liberata.
 El apostolado de la Sierva de Dios no era propiamente proselitismo. No era por naturaleza una persona prosélita. Su vivencia espiritual rezumaba al exterior de tal modo que ejercía un misterioso influjo atrayente, llegando hasta tal punto que el grupo de sus discípulas en Baiona no lo llegó a formar ella propiamente, sino que fueron éstas mismas las que se adhirieron a la Sierva de Dios de un modo espontáneo. Así lo refiere una de sus discípulas:

     “…sintió en sí una inclinación especial de tratar con la dicha Madre espiritualmente, y comunicándola al dicho don José de Castro, le dijo éste que lo hiciese, que le serviría de mucho aprovechamiento, como así lo experimentó, pues con cada palabra que le decía la dicha Madre se encendía su corazón en amor de Dios y en deseos de dedicarse del todo a su santo servicio, por cuyo motivo prosiguió con dicho trato yendo a su casa por las tardes con otras doncellas de esta villa y su hermana de este testigo que se llama Antonia Fernández, y otra del mismo lugar de Baredo, y Dominga Fernández, su prima, por el mismo motivo de experimentar que se encendían sus corazones en amor de Dios y deseos de servirle con el trato de dicha Madre, como se decían unas a otras. Y así, andaban tan fervorosas -dijo- que no se les daba por lo que decía el mundo y pasaban por todos los dichos por no defraudarse de los provechos espirituales que experimentaban con su trato, siguiéndola y acompañándola en todos sus devotos ejercicios” (Declaración de María Fernández Triga).

Vista espectacular del batiente de las olas desde Baiona
         La prima a la que alude ésta, señala a su vez cuál fue el origen de su amistad con la Madre María Antonia, cuando todavía estaba en sus circunstancias de seglar:

      “Sólo fue un trato y comunicación espiritual ordenado al mayor servicio de Dios y aprovechamiento de su alma, porque aunque algunas veces por ser este testigo de una feligresía distante media legua de aquí, por su caridad la convidaba a comer y repartía con ella y con otras tres compañeras de la misma feligresía, que eran sus primas, Antonia y María Fernández, ermitañas que ahora son de la ermita de nuestra señora de la Cela, y Francisca Durán, ya difunta, el puchero que le enviaba su madre; más se quedaban por el pasto espiritual que por el interés de la comida que les daba, pues estaban gozosas y contentas con su compañía y colgadas de sus palabras, que se estarían con ella todo el día sin comer” (Declaración de Dominga Fernández Triga).

Encaje artesanal bellísimo trabajado por Mª Antonia
    Doña María Luisa Pereira, madre de tres de las discípulas, testifica sobre el grupo de oración formado por la Sierva de Dios:

      «No trataba sino con su confesor, que era el sobredicho don José de Castro y las mencionadas doncellas y este testigo, con la oportunidad que tenía para ello por ser madre de tres de ellas, que fueron: doña María Antonia, doña Francisca Antonia y doña Ana Antonia Pimienta. Y allí tean sus ejercicios de lección espiritual, oración mental y también trabajaban de manos y atenan a los saludables documentos que les daba, que se reducían a decirles que fuesen muy rendidas y obedientes a sus padres, y que sin su licencia no haan de ir a su casa, como así lo hacían las tres hijas de este testigo y las demás, y que en sus casas los ratos que les quedasen desocupados los dedicasen a los mismos ejercicios de lección espiritual y meditar en la Pasión de Cristo, donde sacarían el modelo para vivir arregladas a lo más perfecto».

¡También hoy, su canastilla de labores
es obsequiada por quienes le han cobrado
indecible amor...!
      Así mismo Madre María Manuela de la Cruz, también discípula suya en Baiona, resalta este influjo que ejerció a lo largo de todos sus viajes:

       “Habiendo, pues, salido […] iban alentándose unas a otras puestos sus corazones en Dios; que les fue tan propicio como hasta allí, pues no hubo un alma que las hiciese la menor contradicción; y, hasta los mismos criados del ordinario iban tan compungidos, que se contenían de echar los juramentos en que solían prorrumpir al principio, y le cobraban tanta devoción, que cuando llegaron a Sevilla lloraban al despedirse de ella y sus compañeras, y lo mismo le sucedió con otros que las acompañaron, así en el discurso de este viaje como del que hicieron después”.

       Esto sucedió de un modo más singular cuando salían de Madrid hacia Santiago, en su primer intento de fundación. Así lo narra María Antonia en su Autobiografía:

        “… exclamaban, porque nos íbamos, “¡a-Dios!”, con tales llantos que yo no podía acallar aquellas gentes, porque más sentían el vernos que los dejábamos que si fuéramos hijas suyas. Era mucha la devoción que nos habían tomado y así hacían sentimiento de no podernos tener en la corte conforme eran sus deseos. Después de las dos leguas nos despedimos y ellos con harto dolor de sus corazones se volvieron a Madrid sin nosotras” (Autobiografía, f. 576v).

        Y con esta narración tan simpática y salada de la Madre finalizamos este pequeño esbozo acerca de su apostolado como seglar, primicia de lo que más adelante sería su misión en la formación integral de novicias y monjas carmelitas descalzas que pudieron aprovecharse de su magisterio, magisterio que cobra en la actualidad un nuevo brío y vigor, y que doctrinal y vivencialmente se ha merecido la atención de la Santa Madre Iglesia, incoándose su Proceso de Canonización, al que todos nosotros deseamos contribuir con el apoyo de la oración y la divulgación de su Fama de santidad. Sigamos pidiendo encarecidamente a la Madre María Antonia que nos conceda las gracias y milagros que necesitamos, y que se digne escucharnos con la compasión de que siempre supo hacer gala en toda su vida mortal. 

Al pie de la escalera principal del Convento,
nos preside la pintura al óleo de la Madre,
con la pluma en la mano, y la cesta de labores a sus pies...

 ¡Y vayamos preparando ya el ánimo para el próximo Congreso de Cuntis, si Dios quiere!         ¡Pronto les daremos mayor información!