FANS DE M.M. ANTONIA DE JESÚS


¡Más allá de los Pirineos también se quiere mucho a la Madre María Antonia!


        Las fotografías que ilustran hoy nuestra entrada nos dan pie para preguntarnos algunas cosas acerca de nuestra querida Madre. Esta familia que vive habitualmente en Bollene –Francia-, nos ha querido alegrar con su entusiamo manifiesto hacia la devoción y confianza que sienten en favor de María Antonia. Y se nos ocurre preguntarnos: ¿qué relación brotaba o qué sentía María Antonia por las familias?... Ella conoció muchas en su trayectoria vital. Comenzando por la suya propia, formada en el hogar paterno; después su matrimonio y sus dos hijos, haciendo una piña donde se vivía la donación y las virtudes domésticas, sobre todo bajo la benéfica influencia de la Madre. Conoció, asimismo, a fondo la familia de sus suegros, las de las vecinas en Bayona y otros lugares… En fin, su relación con las familias de sus jóvenes discípulas también es muy hermosa, como se ve en sus relatos autobiográficos. Pero deseamos en estos momentos destacar la relación que llegó a unirla tan estrechamente a una familia de Madrid, a la que conoció antes de entrar en el Carmelo de Alcalá de Henares. Esta familia -la de Cariga y Villegas-, resulta particularmente importante en la vida de María Antonia, porque es la que se encargó de acoger y asumir el papel de “padres providentes” de la pequeña Leonor, su hija de tan pocos años de edad.
   Vamos a dejarle a ella misma la palabra, porque es que realmente es una delicia escucharla en sus narraciones encantadoras. Incluso en asuntos tan serios y dolorosos como éste de la separación de su niña para entrar al servicio de Dios en el Carmelo, no falta un aire festivo y distendido, que nos da ejemplo y nos hace ver cómo en toda su vida subyace una esperanza cristiana y confianza en Dios, que nos animará a procurar crecer también nosotros en estas virtudes sanantes y liberadoras, cuando sintamos agobios y preocupaciones importantes. ¡Escuchemos sus apuntes!:

       “Quiso este divino Señor que con el motivo de la muerte de mi doña Josefa Mendoza, que así se llamaba la mujer de don Miguel de la Helguera -mis padres en un todo, que así los puedo llamar después de Dios-, vino a casa una señora particular, que era antes visita de la difunta. Ésta estaba casada con un pariente de don Miguel que se llama don Gregorio de Cariga, y esta señora, su mujer, doña Ángela de Villegas; toda gente muy caritativa. Estos señores casados, por noticias que don Miguel su pariente les había dado de mí, y de cómo tenía hijos y ánimo de entrar religiosa, y mi hermano lo mismo, antes de hablarme ni verme, dijeron que la niña me la tomarían sus mercedes por su cuenta, y así que me lo dijese don Miguel, que la cuidarían como hija suya. Y que si no gustaba que estuviera en su casa, me la pondrían en el colegio de San Antonio de los portugueses por porcionista, que era propia casa para criar niñas; que pagaría todo lo que fuese preciso al colegio, y allí la asistirían con todo lo necesario hasta que fuese capaz de tomar estado, que todo correría por su cuenta, eligiese la niña -a su tiempo- el estado que quisiese. Don Miguel les dijo:
    -Para todo eso estoy yo aquí. 
    Don Gregorio su pariente, y su mujer, se pusieron    muy enfervorizados diciendo:
 -Hombre, déjanos ejercitar esta buena obra; tu cuida de dar todo lo que necesite la madre para su cumplimiento de sus deseos de religiosa, que nosotros cuidaremos de la crianza de la hija, de darle el estado que quiera a su tiempo; que si vivimos, esperamos en Dios de darle todo lo que necesite.
   Don Miguel se compuso con la devoción del pariente y su mujer, y empezaron a visitarse de parte a parte por el motivo de haber muerto mi doña Josefa, porque había no sé qué tiempo que no corrían las dos casas muy bien, allá por etiquetas de mujeres; y el ir doña Ángela a casa en la ocasión, y su marido, me confesaron que fue más por verme y hablarme, que por gana de dar pésames. Desde entonces nos empezamos a conocer, digo yo con aquellos señores casados. Fue para mí de tan grande consuelo el ver la competencia que tenían por llevarme la niña a la mejor parte que podía en su edad desear entonces, que no sabía qué gracias dar a mi divino Esposo por la providencia que tomaba con la niña”. 


¡Atención al peque de la familia! ¡Prohibido sonreír!...