Fiesta de la Santa Familia, Navidad 2015

“Nazareth es la escuela en la que comienza a comprenderse la vida de Jesús:  es la escuela del Evangelio” (Beato Pablo VI – Alocución en Nazareth)


Sagrada Familia en la sala capitular, obra de Salcillo
    “La oración que yo tenía en este tiempo era pensar en la vida que tenía la Virgen santísima con su esposo y padre mío san José. Esta consideración me daba aliento para saber vivir con mucha conformidad en mi estado. Ya se ve eran sin comparación los tres que vivían en aquella casita de Nazareth, que era mi dulce Jesús y su santísima Madre, con mi padre san José; pero el considerar la prontitud de mi divina Reina en servir a su amado esposo, me daba mucho aliento para servir al mío en todo lo que fuese lícito”.

           Con estas palabras de M. Mª Antonia, apenas recién celebrada la fiesta de la Sagrada Familia, abrimos nuestra portada de esta Navidad 2015. Las ilustraciones de este escueto estudio harán referencia a diferentes decorados e imágenes con las que hemos adornado y embellecido el monasterio en estos días de alegría.

      Estamos, pues, reiterando nuestras visitas al Portalico de Belén, y sentimos que la Madre Mª Antonia nos pediría que este año, en el marco de los dos Sínodos tan importantes sobre la institución de la Familia, dediquemos esta página navideña de nuestro Blog  precisamente como un homenaje a La Familia. A todos los miembros de nuestras familias va dedicada esta página, en la que podremos sorprender a nuestra Madre Mª Antonia insertada de lleno en “su familia”, la que Dios le dio en su Providencia amorosa, y a la que ella quiso y estimó con el respeto y la profundidad que la caracterizaron siempre. Como no podemos hacer un estudio exhaustivo del tema, hemos pensado desarrollar muy brevemente la relación que personalmente la unía a cada miembro de su propia familia: sus padres, su marido, sus hijos…, y finalmente “sus hijas” carmelitas, para quienes supo guardar también un corazón de Madre y unos consejos magistrales poco antes de fallecer.
        Relación con su madre, doña María Do Campo y Andrade. 
Apenas casada y con sus dos hijos, nos comenta:
         “Como su merced me iba a ver los más de los días, que vivía tan cerca de mi casa como cosa de veinte pasos, poco más o menos, no le costaba mucho trabajo el ir a verme cuándo y cómo gustaba; y lo más iba por ver a la nieta, que era el encanto de sus cariños y su hermanico; con que yo, aunque me escondiera de todas las criaturas, de mi madre no podía ser. Ésta era de natural compasivo y aunque yo no le decía claro mis trabajos, lo uno porque me parecía imposible de curarlos con remedios humanos, y lo otro, aunque me quisiera explicar con su merced como a madre mía, a la que siempre la amé mucho, porque después de ser madre, para mí lo fue en sus obras con extremo, que siempre me asistía con cuidado en todo lo que había menester; éste es término mío, quiero decir que si tenía necesidad de algunas cosas me las daba; porque como mis enfermedades eran continuas, muchas cosas eran necesarias, que no alcanzaba lo que yo tenía; y así mi buena madre me socorría, aunque ya me había dado estado”.
Relación con su padre, don Manuel Pereira.
         Lo que más parece impresionar a Mª Antonia de su padre es la despedida que tuvo con ella a solas pocos días antes de morir:
          Como he quedado tan niña sin padre pues fue Dios servido de llevársele de esta vida de edad, poco más o menos, de treinta años, no podré decir nada de la vida de su merced; y cuando murió, tendría yo nueve años […] Y como estaba este convento cerca de la casa de mis padres, yo le fui a ver a su merced; y vino un religioso a la portería, pariente nuestro, y díjele que quería ver a mi padre; y me dijo que estaba malo. Yo le respondí: Esté como estuviere, yo no me voy sin verle. Diole el recado el religioso, y como no había todavía caído en la cama, vino mi padre. Yo, luego que le vi, le besé la mano, le miré a la cara, y como le viese un poco triste y de muy mal color, le pregunté qué tenía. Me dijo con mucho amor, el que nunca había experimentado en su merced hasta entonces: Hija mía, el Señor de los cielos sea vuestro Padre y os ampare, como a huérfanos que quedáis. No me dijo otra cosa, que me acuerde. Se despidió de mí echándome su bendición. No le he visto más. Y en siete días de enfermedad de dolor de costado, le sacó el Señor de esta vida”.
                                Relación con sus hermanos, Mateo y Lucas
    Sabemos que estos dos hermanos estudiaron juntos en la escuela de Cuntis y en la de Bayona. Lucas falleció en Darbo (Galicia), y Mateo en América:
         "Luego, después de su muerte, murió un hermano mío, el menor de todos, de sólo tres años; y quedó mi madre viuda con tres hijos, siendo yo la primera que nací; los otros dos fueron varones; yo muy mala hembra y la más ruin de todos mis hermanos [...]. Como yo era la mayor de mis tres hermanos, todos los enredos que ellos hacían como muchachos, dentro de casa como en la huerta, echando a perder la fruta, ellos se disculpaban a mi padre conmigo”.

Relación con su marido, Juan Antonio Valverde.
        “[…] Entre éstos habla a mi madre el padre del hermano fray Juan Antonio de San Joaquín; en la religión se llama así, en el siglo, Valverde de apellido. Como vio mi madre que era hijo de padres honrados y que estaba muy cristianamente criado […], le pareció que yo me inclinaría a éste. Y así fueron disponiendo la boda. Éste, como no le había hablado antes, no sabía su modo cómo era, ni pude conocer antes su genio y condición. Y como esto no es fácil de conocer de vista, sino con la experiencia y con el trato, le admití con alguna zozobra, pensando entre mí: ¿Qué tal será éste, con quien voy a parar para toda la vida? Si no sales como yo deseo, larga la tenemos”.
Donación de principios del siglo XIX
        “Y muchas veces, aunque sintiese yo otra cosa, iba con él y condescendía con él, porque la paz entre los casados es apreciable y por tenerla yo con él me sepultara debajo de la tierra. Y cuando algún día estaba de mejor humor, le manifestaba yo el gozo que tenía en verle tan sereno y sin barahúndas de pensamientos melancólicos. Un día le dije: -Juan Antonio, qué gusto tuviera yo si Dios te hiciera un san Juan. Él me respondió con un poco de serio: Mujer, déjame, que no lo puedo ser, que ya hay san Juan. Algunas veces solía reírse mucho con mis dichos, atontados como eran, si no era cuando le solía venir el tropel de pensamientos de agencias, que entonces, no estaba Juan para gracias”.
Relación con su hijo Sebastián. 
             Durante su infancia, y después como dominico:
      “El chico tendría cuatro años y medio de edad cuando se fue esta última vez su padre; y, luego que se fue lo puse a la escuela para que se le enseñara a leer; y el se aplicó tanto, que hacía ventajas a todos sus compañeros. Algunas travesuras tenía, como niño; pero no eran cosa que llegase a darme pesadumbre, porque sus enredos entonces, no eran de hacer mal a los otros chicos, que era lo que me podía dar pena”.
Detalle que expresa la dulzura del Niño
      “Al chico lo tenía mi confesor pasado, como he dicho, porque como era muchacho estaría mejor sujeto de mi confesor que de su madre; y por dejarme su merced más desembarazada me lo pidió con el fin de enseñarle a leer bien y escribir. Este niño le agradaba mucho a mi confesor, porque tenía dócil natural, aunque después se maleó un poco, y decía mi confesor que estaba en bellísima edad para hacer de él cuanto se quisiera. Y así desde luego lo puso en ejercicios espirituales, enseñándole a tener su oración mental y ejercitándole en otras virtudes. Y esto lo hacía el santo señor con sumo consuelo suyo y lo miraba como cosa propia; con que de esta manera yo descuidaba del chico, en cuanto a su enseñanza, que al tiempo tendría poco menos de siete años de edad”.

      Pues, después que fue creciendo mi dominico y criándose con la santa leche con que crían aquellos reverendísimos padres y muy señores míos a los novicios de aquel santo noviciado, me escribió una carta, diciéndome que Dios le daba impulso de ir, con otros de la dicha orden, a convertir infieles a las Filipinas, creo; y que así ya estaba puesto en la lista como los demás, que yo no sé si fueron por orden del rey. Que me había dado el Señor un olvido de mis hijos, que no procuré inquirir el modo ni cómo el caso fue; sólo supe por su carta lo que él me dijo, que era que no podía menos de seguir la luz del Espíritu Santo que lo impelía a salir con los demás nombrados, discurro por la misma religión, y que quería ir a padecer martirio para que, en breve, pudiera ganar el cielo; que quería ir a predicar a los infieles el evangelio; que yo le echase mi bendición; que no podía resistir al Espíritu Santo; que estaba de partida para ir con los compañeros a embarcarse a Cádiz o al Puerto de Santa María; que no podía venir en persona a tomar mi bendición; que tuviese yo por bien su determinación: “¡Y  A-Dios, A-Dios, madre mía, hasta la eternidad!”

¡"El Pastorcico" de la Portería!
    Hasta aquí su contenido; y no sé qué más cosas me dijo en la tal carta, la que yo leí con bastante fortaleza, aunque me enternecí algo en ver cómo Dios obraba en años tan tiernos, pues no tenía todavía edad para poder cantar misa. Pero alabé mucho a nuestro Señor por haberle dado tan grande determinación y ánimo. Yo le respondí; pero creo que ya mi respuesta le cogió en Cádiz, digo ésta postrera, porque le había escrito algunas veces a Salamanca antes de que él tomase el dicho rumbo. Y éste ha sido el paradero de mi dominico, que después de religioso, no tuve el consuelo de verle con el santo hábito ‑que no dejaba a veces de apetecerlo en medio de mi olvido‑ y también deseaban las mis madres que la primera misa que dijera, fuera en donde estaba su madre; pero ni uno ni otro se logró”. 
Relación con su hija Leonor:
Durante su infancia y con motivo de su Profesión religiosa:
¡Speculum Justitiae et Mater Misericordiae!

   
 “A esto se juntó el embarazo de una niña, que padecí lo que no es creíble en traerla en mis entrañas, aunque procuraba disimular con Juan Antonio mis males cuanto era posible por no darle motivo de afligirse; yo como no tenía facultad para sostener el peso de la criatura, siempre apetecía estar echada. Todos esperaban lo contrario de lo que Dios quiso, que fue darme aquella niña, la que sin milagro del Señor no pudiera nacer”. 
              “Ya me quedé sola con mis niños por criar y enferma. Y a esto se juntaba el criar la niña a mis pechos, que aunque no me faltara para darla a criar, era tanta la pasión de mi madre, que decía no la había de dar otra leche que yo; y verdaderamente era contra mi salud […]. Con esta ocasión me quitó la niña; porque su abuela, como la quería tanto, la fue manteniendo con chocolate y otros alimentos delicados; esto era en su casa, que no estaba mi madre conmigo y sólo me llevaba sus merced los niños para darles de comer; que fuera de estas horas siempre yo los tenía en mi casa”.
  Mª Antonia nos comenta con enorme emoción y  encanto la Profesión de su hija:
        “[…] Se fueron a Loeches a celebrar la Profesión de mi hija: la que me había dado el Señor tan linda, que no la veía persona alguna de las que allí concurrían, que no viniese diciendo mil alabanzas de la tal monjita. Una señora que fue de propósito a verla desde Alcalá, vino tan prendada de ella que decía mil locuras; y así del gozo que tuvo en verla, fue extendiendo la voz de modo que toda la gente quería y se empeñaba para que las religiosas se la sacaran al locutorio. En fin, todas eran disposiciones de nuestro Señor porque quería honrar a aquella pobrecita que quedó tan niña sin el amparo de sus padres, estando vivos y muertos para su socorro y asistencia. Sacrificio que creo fue muy agradable a los ojos del que nos ha dado tanto valor para ello, pues se conoció por los efectos; que, aunque fuéramos sus padres muy acomodados, no les pudiéramos dar mejor estado que el que el Altísimo les dio”.

   Finalmente, he aquí su  instinto maternal en la doble vertiente para con sus dos hijos, y para con sus hijas carmelitas:

“[…] Ése fue, hijas mías, el que me hizo olvidar a mis propios hijos, siendo tan tiernos todavía, y el estado que tuve en el siglo, por vosotras; que el mismo Señor os me puso en mi mente, antes que naciérades; y así sois hijas de la providencia divina y también de muchos trabajos”.




Desde aquí, a todos, y de todo corazón:
¡Venturoso Año Nuevo de 2016,
y feliz día de la Maternidad de Santa María, Virgen!