¡Semana Santa! ¡Semana Grande de los que seguimos a Jesús!

 Es la Semana del Gran Amor, del amor hasta el extremo que ha arrebatado los corazones de los Santos a través de dos mil años de historia cristiana.
"Mi Cristo: Tú no tienes la lóbrega mirada
de la muerte... Tus ojos no se cierran...
Son Agua Pura, donde puedo verte..."

         También nuestra Madre María Antonia experimentó todo el impacto de este gran amor del Señor en la entrega de su Pasión. Cuando en los primeros años de su vida espiritual fue tomando conciencia de todo lo que suponía éste amor de Jesús a los hombres, comenzó también a corresponder a ese amor, con el deseo ardiente de participar en él, participando de aquellos sufrimientos con que Jesús nos lo mostró.

         Y en este deseo grande que ella experimentaba de compartir los dolores de Cristo, podemos percibir, como en tantas ocasiones, la maravillosa pedagogía divina que Dios usó con ella. La Madre María Antonia era una mujer del pueblo, crecida y criada entre la gente sencilla, con todas las limitaciones que en su época suponía la carencia de cultura y más para una mujer. Por eso, era necesario que el Señor mismo le enseñase y la formase, para hacerla vaso adecuado para sus dones.

         En medio de aquellos deseos grandes de su alma, que ella misma no sabía interpretar, el Señor la guía y la guarda de desviaciones impulsándola hacia la Iglesia. Así, cuando ella le pedía participar en los dolores de su pasión, el Señor le hace entender estas palabras: –Hija, cuando la Iglesia hace memoria de mi Pasión las sentirás(Autobiografía, cap. 46). He aquí una piedra de toque más para comprobar la autenticidad de las experiencias de la Madre. “Su divina Majestad me había dado a entender que fuese a la iglesia a los divinos oficios como toda la demás gente del lugar”.  Lo extraordinario de sus vivencias no la aparta del camino recto y común de la gente corriente. Así es como el Señor le fue enseñando siempre, a vivir intensamente lo que celebra la Iglesia, y “cuando la Iglesia lo celebra”, en una unión creciente con Él que no la separe nunca de los hermanos, de la Iglesia.
Viacrucis de nuestra Iglesia:
primera Estación...

         ¡Y con qué intensidad! Hablando ella de esta contemplación de la Pasión de Cristo nos dice: e“Que es al modo que uno contempla las propiedades o calidades del fuego... y otra cosa es quemarse en él”.  Esa es, en efecto, la propiedad del amor del Señor, ser un fuego que, si le contemplamos suficientemente (o como diría s. Juan de la Cruz, si le dan lugar”) acaba tocando y quemando a quien le contempla.


         Que la Madre María Antonia nos ayude desde el cielo a seguir sus pasos en esta contemplación de la Pasión del Señor, para recibir de ella toda la gracia que Él quiere concedernos “cuando la Iglesia hace memoria de su Pasión”.





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