¿Cómo la veían quienes la conocieron?... (II)
(Proseguimos con el texto de testimonios de la Paraliturgia del día
26 de octubre de 2019)
* Todas las ilustraciones que embellecen esta entrada han
sido tomadas el mes pasado por una excursionista en los alrededores de Ferrol
(Galicia).
A Luisa Moreira, “le
consta que, aunque recién casada, cuando la comenzó a tratar como a vecina
inmediata, era tan ajustada y devota que se solía retirar a orar, como fue voz
común se entraba muy a menudo en un escondrijo junto a la escalera de la casa
de doña Quiteria Estreviz. Y la veían muchas veces en la iglesia de las monjas
estar de rodillas, inmóvil, casi toda la mañana hasta que se cerraba la puerta
con tanta edificación de los que la notaban que solía la madre de este testigo
decir: ¡Mirad qué virtud la de María Antonia!”.
También testimonia este respeto a los lugares sagrados la
misma Bernardiña: “Si alguna vez la
encontraba este testigo en la iglesia y la saludaba, le respondía con mucha
sumisión que la iglesia no era lugar de hablar”.
Doña Luisa Pereira, que era la madre de dos chicas que
quisieron ser discípulas aventajadas de María Antonia, nos dice: “Y los días que
comulgaba notó este testigo se retiraba a dar gracias muy despacio y guardaba
más silencio, y entre las instrucciones que les solía dar les ponderaba como se
debían disponer para recibir a su Majestad, y después de comulgar dar gracias
al Señor y estar muy recogidas con su Majestad”.
Había otras discípulas que vivían algo lejos de Baiona, en
la ermita de la Cela. Una
se llamaba Antonia Fernández, y nos dice: “Y muchas veces
convidaba a comer a este testigo y a sus tres compañeras de la feligresía de
Baredo, compadecida del trabajo que tenían, por estar su lugar distante -media
legua de mal camino- y no traer qué comer cuando venían a comulgar”.
Y Bernarda resalta otra gran virtud de María Antonia: “Notó en ella que era tan amiga de la verdad
que le solía decir a este testigo, para aficionarla a lo mismo, que Dios era
verdad, y así la había de decir aunque fuera contra sí, y que donde se decían
mentiras andaba el pecado enredando”.
Pronto se terminaron aquellos primeros años apacibles, en
los que podía reunirse tranquila con sus jóvenes discípulas. En el pueblo se
levanta la persecución contra ellas, y comienza a dar señales de una gran
virtud. Nos lo dice una de
aquellas chicas que iba con ella, Rosa de Salazar: “Y alguna vez sucedió que cuando bajaban las dichas
doncellas de la casa de dicha Madre María Antonia, al salir del castillo las
apedreaban algunos mozos y gente libre, haciendo fisga de ellas; y las solía
alentar, diciéndoles con mucha gracia:
¡Adelante con la cruz!”.
Dios alimentó su celo con la promesa de una Fundación, que
todavía no sabía dónde se iba a realizar. Una de sus discípulas, María Fernández,
de la feligresía de Baredo, ermitaña de la Cela , nos dice con simpatía: “Viendo que sus compañeras tenían los mismos
deseos, deseó con ansias hacer aquí una fundación en Santa Liberata para que
los lograran y recoger otras muchas almas para Dios, que esos todos eran sus
deseos, que todas se dedicasen a servirle con perfección. Y añade que andaba tan
fervorosa en estos deseos que cuando iban alguna vez a nuestra Señora de la Cela , también decía que era
aquél buen sitio para la fundación. Y a lo restante de la pregunta, dijo creía
tuvo para ello algún impulso particular de nuestro Señor, porque le solía decir
con mucha aseveración que la fundación se había de hacer. Y concluye este
testigo en su misma lengua: Tal o dixo, tal sucedeu”.
Conocidas son por
todos nosotros las increíbles peripecias que jalonaron su vida hasta que
alcanzó el ansiado puerto del Carmelo, comenzando su vida como religiosa
carmelita en el convento de Alcalá de Henares, y luego en Santiago. Es la
tercera faceta en la vida de María Antonia. Los testimonios que espigamos son
los de sus últimos años pasados entre sus hijas de Compostela.
El mismo respeto a la casa de Dios que manifiesta ya en
Baiona, lo vemos reflejarse de nuevo ahora, como sucede en una Navidad. Nos lo
cuenta la hna. Josefa
Antonia del Santísimo:
“Notó la devoción y reverencia con que estaba
en el coro y procuraba que las demás lo estuviesen; especialmente una noche de
Navidad, en que quedándose este testigo con otras modernas divertiéndose en
cantar y danzar en obsequio de aquel misterio del Señor recién nacido, habiendo
una de ellas dado algunas risadas y mudanzas descompasadas con el regocijo y
alegría que tenían, al día siguiente por la mañana fue a la celda de este
testigo y le afeó todo lo que había pasado con la otra, refiriéndoselo con toda
puntualidad y ponderándole que aquello no se debía hacer en el coro delante del
Santísimo Sacramento”.
Madre
Mª Antonia tenía una gran delicadeza de conciencia: Dice la Hna.
M ª Antonia
de la Concepción : “Era muy exacta y observante en todo lo que tocaba a Dios, y
hacía mucha ponderación de cualquiera falta, por lo que solía decir cuando se
ofrecía alguna ocasión de poder faltar: No,
no; de esto no gusta mi Dios y Señor.”
Durante algún período, en lugar de ser priora era destinada
a ser maestra de novicias. Abandonaba el cargo con mucha naturalidad y alegría.
Dice la Hna. Rafaela : “Cuando dejaba de ser
prelada, se deshacía de todo poniéndose en manos de la sucesora, y se quedaba
muy alegre en la celda diciendo a las que le iban a ver, que estaba muy
contenta porque ya no tenía nada”.
Madre María Antonia era realmente muy querida también por
las personas de fuera del convento, que reclamaban sus consejos. La Hna. Rafaela de la Asunción puntualiza lo
que le suponía a la
Venerable ser tan estimada: “Aborrecía los
aplausos y estimaciones que le daban, por lo que repugnaba bajar a la portería,
y algunas veces la vio subir de ella llorando por este motivo; lo que se echó
más de ver a los últimos de su vida, cuando fue mayor la opinión en que la
tenían de virtuosa y sierva de Dios todo género de personas”.
Hasta aquí hemos espigado unos pocos testimonios, que nos permiten descubrir que la santidad de
A pesar de haber sido bendecida por Dios con grandes gracia místicas que la hacían diferente al resto de las personas, ella en todo momento y ya desde niña, practicó las virtudes en grado heroico, buscando la sencillez, buscando agradar a Dios en todo, y deseosa de cumplir su santa Voluntad en todos los momentos de su vida, amando mucho sus Mandamientos. Es, pues para nosotros un modelo asequible, cercano e imitable.
¡Alabado sea Dios por habernos regalado esta joya de
santidad, tan grande, y tan nuestra!
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