¿Cómo era su Relación con el
Espíritu Santo?:
El “Pentecostés” de Madre María
Antonia de Jesús
Apenas clausuradas las celebraciones pascuales, seguimos disfrutando la exuberante y refrigeradora experiencia que el Espíritu Santo, en su Solemnidad de
Pentecostés, acaba de regalarnos. Y sentimos la necesidad de acudir a
nuestra querida Venerable Madre para que ella nos sumerja místicamente en esta
vivencia que tanto supuso en su vida de intimidad con Dios, concretizada en su relación personal con la tercera Persona de la Santísima Trinidad: el Espíritu Santo.
El Espíritu Santo no fue para María Antonia "el
gran desconocido"; todo lo contrario, se descubrió a su alma y conoció su
fuego y su suavidad, su fuerza, su iluminación, su guía. Como canta san Juan de
la Cruz en las
estrofas 26 y 27 del Cántico Espiritual,
fue introducida “en la interior bodega”
donde el Amado da su pecho:
“Empezó el Señor a soltar en mi alma el mar inmenso
de sus misericordias: desabrochó el pecho de su amor para conmigo [...]. Todo
aquel vacío que antes sentía, lo llenó este divino Amante [...]. Y el manjar
con que me alimentaba era con su mismo Espíritu, a mi entender” (Autobiografía,
f. 152).
Su alma se hace eco de la liturgia de la fiesta de
Pentecostés, que canta la suavidad del Espíritu en sus antífonas:
“… porque su divina Majestad creo yo que quiere aquí
que conozca cuán suave es su divino Espíritu, no por discursos del
entendimiento, sino con experimental toque de su divino Espíritu” (Ibid., f.
196).
Y con la suavidad y dulzura que caracterizan la
acción de esta divina “Persona-Amor”, experimenta también la fortaleza,
justamente en una etapa de su vida muy especial, cuando, viviendo todavía en
Baiona con sus discípulas, Dios la está preparando para el matrimonio
espiritual:
“El día de pascua del Espíritu Santo [...] sentíme tan vehementemente fortalecida, que
no podía disimular el arrobo de [con] quien estaba, que era mi compañera,
aunque ella no haría reparo, que también estaba en oración, y oí una voz que
decía: —¡Bienaventurada seas de mi mano poderosa, porque te arriesgas a todos
los contratiempos que te vinieren por mi amor! ¡Camina, amada mía, con mi santa
bendición!, que en todo te ayudaré, y seré siempre firme y Amante tuyo. Con el
cariño de estas palabras, no sólo sentía que me robaba el alma, sino que me
parecía llevaba mi cuerpo para Sí. Y me salí de casa acompañada del divino
Espíritu” (Notas Espirituales, Agosto 1729).
Recuerda la última estrofa de la Llama del "Cisne de Fontiveros", San Juan de la Cruz , cuando manifiesta a don
José Ventura de Castro, a sus 29 años:
“Jamás se aparta de mí este Santo Espíritu que con
admirables dulzuras me hace compañía día y noche; continuamente se goza mi alma
con el Señor en visión de su divinidad [...] cuando el Espíritu de Dios me
visita con grande amor, que como se descubre tan delicioso, me roba toda el
alma para Sí” (Ibíd., Noviembre 1729).
Tal como ella lo vive, y sabiendo que estas gracias
tan señaladas e inmerecidas no se experimentan sin una actitud de anonadamiento
y de gratitud, exhorta a sor Benita Liberata, una religiosa muy amiga suya, a preparar esta morada al Dulce Huésped, con
la humildad:
“pues para que el Señor participe del fuego de la
caridad en sus esposas, es menester [...] la humildad para que repose el Esposo
su cabeza y descanse en ella. Pues éste es el nido de la paloma blanca del
Espíritu Santo, que en él se recoge y se aposenta, y con su calor mantiene al
alma y le fomenta grande amor” (Carta 28-X-1730).
Con estas
alentadoras confidencias que Madre María Antonia parece no querer guardarse
para sí, le pedimos que nos acompañe en el camino de nuestra vida espiritual, y
le agradecemos el ver que la viveza de su testimonio, nos ayuda a imprimir en el alma
como un vestigio de mayor conocimiento y confianza en el divino
Espíritu de
Amor.
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