¿Cómo no agradecer el don de su vida,
hasta la configuración total con Cristo,
en una muerte de Amor?...
El viejo magnolio, en estallido de primavera, recuerda la fecundidad de M.M. Antonia "en sus hijas venideras" |
Interrumpimos por un instante el seguimiento de nuestras cuatro peregrinas por tierras portuguesas para dedicar un recuerdo al día en que celebramos un nuevo aniversario del paso de nuestra Venerable Madre María Antonia de Jesús al regazo del Padre.
Este tránsito se verificó el 10 de marzo de 1760, sin haber llegado a cumplir sus 60 años de edad. Según lo declaran las religiosas y los padres carmelitas que estaban presentes durante el acontecimiento y posteriormente a él, se podría decir con toda verdad que su muerte constituyó un signo de fe para todos, una visible corroboración de lo que ella consideró siempre fundamental: la representatividad de sus superiores como señal visible del mismo Dios. María Antonia pasa de los brazos de su Madre priora a los brazos del que ella representa: “¡Amada en el Amado transformada!” (San Juan de la Cruz).
La ermita de San José, rodeada de bancos de piedra, que invitan al descanso y a la meditación |
Vamos a dedicar este
homenaje a la Madre transcribiendo dos comentarios que hacen sobre ella,
precisamente dos personas que la han estudiado a fondo, con una valoración y
aprecio evidentes, cuya autoridad nos resulta familiar y fiable. Uno pertenece
al Padre Carmelita Isidoro de San José, cuya Tesis Doctoral, como se sabe, fue
íntegramente dedicada a la figura señera de Madre María Antonia. Dice él, con
respecto a la mencionada ejemplaridad de toda su vida, contenida en el capítulo
V de la Obra:
“Pero al
margen de los carismas, hay facetas en su vida, las más y las mejores para las
almas sencillas, profundamente ejemplares: el proceso de su santificación desde
la infancia, sus luchas y sus conquistas, el heroísmo de sus virtudes, un
humanismo sorprendente […], una fisonomía típicamente ascética, que se advierte
en el fondo de todo ese acaecer místico. Y por último, el profundo sentido de
persistencia en lo esencial de toda perfección cristiana, el ejercicio de las
virtudes hasta el ápice del heroísmo –como es el perdón de los enemigos- en la
propia vocación, en una fidelidad que nunca traiciona su destino”.
Y añade con gran
convencimiento:
“Acaso sea un alma llamada a ejercer una grave
función de apostolado, de ejemplaridad muy oportuna –hoy como nunca- fuera del
recinto de los conventos. Precisamente porque la mitad de su vida la pasó en el
mundo, amasada con graves dificultades”.
El gran magnolio, esta vez apunta al cielo, perdiéndose en la inmensidad... |
El segundo comentario
pertenece a don Eugenio Romero Pose, uno de los tres Censores de sus Escritos
nombrados para el Proceso de Canonización. La lectura de este texto despierta
un gran sentimiento de orgullo y de honda satisfacción, ante la talla humana,
literaria y espiritual en que él considera la figura de la Madre, integrándola
en el contexto histórico más real de su existencia:
“[…] Estamos convencidos que una vez que se estudie su obra se recuperará para la historia de la espiritualidad una de las figuras más señeras de la mística del s. XVIII, hasta el presente desconocida”. (Dr. D. Eugenio Romero Pose, La Luminosidad de la Gracia).
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