Retorno a la Casa Paterna de nuestro querido don Víctor Maroño Pena...
Hace apenas una semana
exacta, el pasado domingo, 22 de agosto, recibíamos con gran pesar la
sorprendente noticia de que nuestro actual capellán, el querido don Víctor Maroño
Pena, acababa de fallecer, tras una semana de hospitalización en la que se
preveía una lenta pero esperanzada reposición de su salud.
Los planes de Dios
siempre nos sorprenden, cuando parece que la existencia de personas de la talla
humana y espiritual de don Víctor, tendrían que acompañarnos mucho tiempo
todavía…
Desde esta sección del
Blog de nuestra madre María Antonia, nos unimos al dolor y a los sentimientos,
ante todo, de su familia, que tan cercana estaba siempre, velando por su
sacerdocio, y al de nuestro bondadoso arzobispo, don Julián, que con toda razón
se ha sentido profundamente afectado por la pérdida temporal de este gran
colaborador y consejero eficaz.
Ningún homenaje mejor que
el dejado por nuestro señor arzobispo, en su nota necrológica del día siguiente
a su fallecimiento, para expresar toda nuestra admiración y gratitud hacia
él. Ahora es buen momento para recordar
cómo se desvivía en nuestras celebraciones diarias y dominicales en todos estos
años de capellán; sus viajes desde Órdenes hasta el Carmelo, madrugando sin
hacerse valer, diciendo que simplemente había recuperado sus costumbres de
seminarista…; y tantas gracias que a través de su mediación sacerdotal nos
venían del cielo, sus homilías y su mal disimulado afecto hacia los santos y la
espiritualidad carmelitana…, que conocía en profundidad.
Dejamos a la meditación de cuantos nos siguen en este Blog la inspirada y valiosa declaración de Mons. Barrio, rezumante de poesía, finura y hondura espiritual. La transcribimos íntegramente, expresión de nuestra gratitud hacia don Víctor: seguimos en comunión con él, esperando que, desde el Trono de la Gracia, vele por nuestras vocaciones, que con tanta constancia, así como las del seminario diocesano, pedía cada día con incansable confianza y fe.
Memoria agradecida
"Ayer el Señor
transformaba el aliento mortal de Mons. D. Víctor B. Maroño Pena para llamarlo
a la eternidad. En este momento esta memoria agradecida es recuerdo obsequioso
a quien ha sido Vicario General de la Archidiócesis Compostelana durante largos
años. Al bordear la orilla del misterio de la vida, desfallece el
entendimiento, pero es el afecto el que toma vuelos para estimar en este caso
su persona, su quehacer pastoral y su dedicación incondicional entre nosotros.
Fue una persona equipada
con la responsabilidad y la autoridad debidas para realizar la misión que se le
encomendó. Poseía una rica experiencia humana, espiritual y pastoral, avalada
por su preparación intelectual y sus conocimientos que nos llevó a considerarle
como memoria de la Diócesis. Pensamiento sólido, palabra precisa tanto hablada
como escrita, actitud de diálogo y de búsqueda configuran los rasgos de su
personalidad en medio de las inquietudes, las esperanzas y los quebrantos no siempre
evitables en el ministerio pastoral.
Uno se acercaba a él con
ese respeto que incluía esa cercanía siempre ofrecida por su parte. En estos
años en los que le he tenido como Vicario General he percibido que reflejaba en
cada una de sus facetas la verdad y la bondad de su ministerio sacerdotal. Su
disponibilidad generosa, ajena todo protagonismo estéril, le llevó a actuar con
la certeza de San Agustín, el Obispo de Hipona, cuando decía: “Concede el don
de lo que mandas y manda lo que quieras”, sabiendo que hay que caminar “entre
las turbaciones del mundo y los consuelos de Dios”.
Afirmar lo válido del
pasado y asumir lo bueno del presente con la esperanza de un futuro mejor fue
el hilo conductor de su actuación ministerial. La prudencia y el realismo, la
fidelidad y la exigencia de los nuevos signos, el sentir eclesial y los
interrogantes del hombre son las claves que nos ayudan a interpretar los
acentos de su ministerio sacerdotal. En la vida normal se bordea siempre el
misterio, a veces incluso la vida es absorbida por el mismo misterio, como
urdimbre que nos lleva a comprender la existencia como don y tarea.
“No podemos comer el pan de la memoria para que el tiempo no nos ahonde en el olvido”, escribe uno de nuestros poetas. Los que formamos la Iglesia particular compostelana participamos sentidamente del agradecimiento que permanece constante en el tiempo a Mons. D. Víctor. En este momento soy consciente de que las mejores palabras son aquellas que acucian los ojos del alma porque “las raíces de las palabras vienen al corazón de las cosas”, y la palabra que mejor refleja este sentimiento es gratitud acompañada de la oración. ¡Descanse en paz!"
Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de
Compostela.
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