La experiencia de la Misericordia de Dios en la madre María Antonia.
Cuando se lee detenidamente la autobiografía de la madre María Antonia de Jesús, el lector percibe inmediatamente que su relación con Dios parte, incluso antes del desposorio espiritual, de su profundo enamoramiento de la Trinidad, especialmente de la segunda persona, el Hijo: Jesús. En ello podemos comprender que el motor de toda la empresa de esta mística del Penedo es el amor, que lo trasciende todo y lo afecta todo. El jesuita padre Arrupe nos acerca al movimiento que genera el amor en el creyente:
“Lo que te enamora, lo que se apodera de tu imaginación, afectará a todo. Decidirá qué te saca de la cama por las mañanas, qué haces por las tardes, cómo pasas los fines de semana, qué lees, a quién conoces, qué te rompe el corazón y qué te asombra con alegría y gratitud. Enamórate, sigue enamorado, y eso lo decidirá todo”.
La contemplación del misterio que la madre María Antonia alcanzó desde muy pequeña fue el motor de toda su vida, no solamente la espiritual, sino también su vida cotidiana, su vida religiosa y sus relaciones familiares: con su esposo, amigos, confesores e hijas espirituales. Basta escucharla a ella para comprender el inmenso amor que místicamente fue capaz de experimentar; en él encontraba las fuerzas, los ánimos y la caridad para llevar adelante sus tareas.
“Empezó el Señor a soltar en mi alma el mar inmenso de sus misericordias: desabrochó el pecho de su amor para conmigo... Todo aquel vacío que antes sentía lo llenó ese divino Amante... Y el manjar con que me alimentaba era su mismo Espíritu... Por todos los senos de mi alma sentía correr un soberano licor, que no se puede comparar con cosa creada, ni es posible haya tal cosa o sustancia, tan delicada y suave, sino en el mismo Dios... Curando con este precioso ungüento toda la llaga que había antes hecho su amor”. [1]
Imagen cortesía de www.freepek.com
Al profundizar en este texto no solamente se descubre la presencia de Jesús, a quien se dirige como Señor, Amado, divino Amante, sino también la presencia del Espíritu Santo en la experiencia mística. Con los senos del ser llenos de Dios, la persona es capaz de cumplir en Él el primer mandamiento de amar a Dios sobre todas las cosas, pero no puede amarlo sin amar también al prójimo con todo el corazón y con toda el alma.
Las experiencias de sentirse enamorada que vivió la madre María Antonia parten de su vida profunda de oración, de su vida de piedad y de su contemplación de la inmensidad en el Penedo, su lugar de nacimiento. Allí logró descifrar, en el arrullo del agua y en los amaneceres y atardeceres, la presencia de ese Dios que trasciende a todos en todo tiempo. Dios siempre nos está amando, siempre sale al encuentro, siempre nos busca: a ella en el Penedo, y a cada uno de nosotros en el abismo del amor. Solo es necesario detenerse a contemplar su eterna Misericordia.
[1] María Antonia de Jesús. Autobiografía. Grupo Editorial Fonte, pág. 198.

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