Amar a los demás como Dios nos ama.


Jesús a través de los evangelios siempre invita a salir de sí y su vez al encuentro del otro: Dios Padre y el ser humano; de tal forma que sin amar a los hijos de Dios es imposible decir que lo amamos; así mismo, todo encuentro con Cristo Resucitado nos lleva a tomar conciencia del amor de Dios; y,  paulatinamente, en la oración conocemos como somos amados por Dios. En este sentido, se producen dos movimientos en el orante: uno interior que lanza a las profundidades del ser y nos permite conocernos e ir conociendo al Dios del perdón y de la Misericordia; por otra parte, paralelamente, se produce una salida hacia el otro, al ser humano, a los pequeños de Dios. Primeramente, el más necesitado, luego toda persona e incluso al enemigo o a aquel que no nos ama tanto. 


                       Imagen: José María Ibarrán y Ponce (1854 - 1910) Museo Nacional de Arte.

                                    

La madre María Antonia no fue ajena a este conocimiento profundo de la vida en el espíritu; a través de sus intuiciones, recibidas por su profunda vida de oración; de sus platicas con confesores y personas de oración; y en especial mediante su amoroso encuentro con Cristo Resucitado; se encuentra con que Dios acampa en el ser humano y que acepta a cambio nuestro amor; en sus propias palabras afirma: "Es tanto el amor que nos tienen las tres Divinas Personas siendo nosotras sus pobrecillas criaturas, que no desechan nuestro amor, antes bien dicen que si alguno le amare, vendrán a él y que harán su mansión en el alma" [1]

En la medida que la persona se dispone a vivir teologalmente por la fe, la esperanza y la caridad, la Trinidad hace arraigo en lo profundo del alma; y es así que, paulatinamente crece el amor de la persona al Dios Trinitario e igualmente aumenta el amor a los demás. "En fuerza de lo que conoce [el alma] de la Bondad y Caridad de Dios para con los hombres como para ella, va así creciendo grandemente en el amor de Dios y sus prójimos también." [2] De tal forma que, la vida de oración y teologal permite que las tres divinas Personas se arraiguen en el orante y que se mire al ser humano con los ojos amorosos y misericordiosos de Dios. 

Es así entonces que la vida en Cristo da fuerza al hombre para continuar su camino espiritual, para salir en caridad al prójimo y multiplicar los actos de bondad, que santifican a la persona, y se hacen presencia de Cristo en lo cotidiano. 

En este, sentido amar es actuar en consecuencia, es vivir en caridad; entonces, la vida se convierte, toda ella, en un acto orante acompañado de obras que se manifiestan en lo cotidiano de la vida; en este caso, la caridad es acto de piedad, es oración que se eleva como incienso en el altar de Dios que se realiza en plenitud en el misterio de la Eucaristía. 

La madre María Antonia recomienda hacer muchos actos de amor al día para encender el fuego del amor en el alma; y dice también que si el amor es ocioso no es amor; y, por otra parte: "Pon todo tu cuidado y corazón en Dios procurando amarle mucho cumpliendo con tus obligaciones[3]. Es así entonces, que Dios en el alma y con la persona actúa a través del amor. Nos enseña como somos amados y nos lanza a amar a los demás como el nos ama.  Esta gran mujer Gallega es muestra del cumplimiento  de las promesas de Cristo. 


[1] Amanecer de Dios en el  alma… Pensamientos de madre María Antonia de Jesús. 2015. ¨Pág. 11. 2 edición 

[2] Ibíd., 12

[3] Ibid. 13

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