Una crónica retomada con gusto, porque.... ¡¡¡todavía hay mucho que contar!!!

 Dejábamos como fin del relato de nuestra apasionante crónica sobre la fiesta de despedida del pasado 14 de Octubre el momento en que todos, ante la Urna de los Restos de nuestra querida Madre María Antonia, recitamos al unísono, con voces emocionadas,  la oración para la obtención de gracias de la Venerable Madre. 

Tratando de seguir el orden cronológico de esta memorable tarde, proseguimos ahora con nuestro "itinerario" por el interior del monasterio.

El siguiente lugar que entraba en la programación era el coro bajo. Si siempre este lugar de culto, de recogimiento y de oración es un lugar sagrado, donde se experimenta la paz y el encanto que este ambiente monacal propicia, en esta ocasión, resultaba mucho mas acentuado este sentimiento de la Presencia de Dios, porque -al encontrarse nuestra iglesia cerrada por las obras de restauración del suelo- hemos tenido que preparar un altarcito para celebrar la santa Misa diaria en dicho coro bajo.

Presidiendo esta iglesita conventual improvisada, hemos colocado el Sagrario en un lugar destacado. No carece de interés comentar que este Sagrario no es otro que una de las donaciones que -en su venida como fundadora a Santiago- le hicieron a Madre María Antonia sus benefactores de Madrid: se trata de una pequeña Arquita, completamente labrada y adornada de los más finos materiales, en justa relación con el fin para la que iba a ser destinada, es decir, para la reserva del Santísimo el día de Jueves santo. Este regalo vino con la propia Madre María Antonia, que pudo rezar más de una década de años ante tan delicada y bella obra de arte y de veneración. 

Los materiales utilizados en el Arca son las placas de nácar, los incrustes de marfil, y las esquinas todas repujadas de plata. Asimismo, el interior del Arca también tiene doradas sus paredes, dando así un mayor realce a su acabado. María Antonia pensaba, como su santa madre Teresa, que para el Señor "todo es poco y nonada", en comparación con lo que se merecería este Rey y Señor nuestro, que se queda entre nosotros como Amigo y Compañero soberano, en el Santísimo Sacramento del Altar.

Llegados al coro bajo, los presentes pudieron admirar y apreciar esta Presencia de Jesús Sacramentado en su Arquilla. Después, la Madre Ana fue señalando y exponiendo los diferentes lienzos y el magnifico Retablo que componen este oratorio conventual. Era de maravillarse ver, por ejemplo, los cuatro lienzos que jalonan las paredes en su parte alta, con sus marcos en pan de oro. Según iba explicando la Madre, son ya muy pocos los que quedan en Galicia, pues el tiempo y la humedad propia de este clima los ha deteriorado. En nuestro caso, parece que la providencia ha sido más cuidadosa, y ello nos ha permitido hace algunos años, someterlos a una restauración muy elaborada, gracias a la cual, en la tarde de este día pudieron servir casi como de una "catequesis visual" a los visitantes. Procuraremos en otra ocasión mostrar estos lienzos, acompañados de breves anotaciones para identificar su simbolismo, con temáticas cada uno de ellos variadas y diferentes entre sí.

Lo que hoy preferimos es mostrar las imágenes del grupo que formábamos, apuntando con emoción un detalle: y es que las personas que allí estaban eran conscientes de este -podríamos llamarlo "privilegio"- que por primera vez se daba de poder hacer esta visita guiada para venerar desde el interior los lugares más emblemáticos y vinculados a la memoria de la Fundadora de este hermoso "Edificio-Espiritual".

No faltó tampoco el silencio y la oración personal durante unos momentos en el coro, invitados por este contexto que de una manera incisiva nos inclinaba a desear este sosiego interior, esta oración "contemplativa"...

Justo en el lugar del antecoro bajo -que denominamos tradicionalmente como el "De profundis"-, hay adosada una puerta lateral por la que se accede a la terraza y a las escaleras de piedra que dan a la huerta. El día se había mantenido sereno y luminoso, tanto, que no dudamos en ir allí unos instantes donde, siempre en grupo, tuvimos ocasión de romper un poco el silencio hasta el momento sostenido, para dar paso a los comentarios y a la admiración que se había despertado en unos y otros, como si se hiciera necesario este intermedio, pues las emociones y el asombro se habían apoderado de todos, que, según su propio decir, nunca se hubieran podido imaginar así el interior del monasterio.

Comentaba uno de los presentes que este rato pasado en la terraza fue para él especialmente intenso: veía, por una parte, todo el esbelto edificio, con sus ventanas, su mole de piedra perfectamente conservada, como si los siglos no hubieran pasado por él, y por el otro lado, aparecía el cercano monte del Pedroso, y aún más llamativo, el cielo luminoso luciendo su bello color azul...

En este "descanso" se aprovechó para que nuestro capellán, Don José-Antonio Seoane, dirigiese unas palabras a los atentos oyentes, que parecían insaciables a la hora de oír hablar de cualquier anécdota o dato de interés acerca da nosa monxiña... Destacó un detalle que a él le admiraba de María Antonia, como era el ver cómo 

 

había sido maltratada por las contrariedades que le sobrevinieron en su primer intento de fundación, así como también los problemas que le proporcionó el albacea de un presunto legado económico de las Indias, que se ensañó con ella, para finalmente negarle esta herencia. Y en medio de todas estas adversidades, ella se presenta firme y fuerte, mujer de talante recio galaico, como son fuertes y recias nuestras mujeres gallegas. También la Madre Ana aprovechó para hacer algún comentario -con cierta gracia- sobre momentos de la vida de María Antonia en los que ella misma se mostraba distendida, alegre y con su pizca de ironía, pues esta gracia natural era advertida por sus más cercanos amigos, discípulas y confesores, que admiraban  "su mucha flema".  
     

Y ya con este primer intercambio de impresiones, se dio paso al siguiente Acto de veneración de los asistentes: se les condujo hasta la celda que habitó la Madre María Antonia en calidad de priora los años que pasó en el convento, después de la traslación al mismo en el año de 1758. 

Esta celda está en el piso superior, junto a las demás celdas y otras dependencias de la Casa, por lo que había que subir la escalera principal, que también provocó la admiración porque se conserva íntegra como en su fundación, con los escalones de madera y la balaustrada igualmente de madera de castaño. Es una balaustrada preciosa. No es de corte barroco, pero sí qeu está compuesta de barrotes moldeados, que conservan una gran belleza y esbeltez, dando a la escalera un sello de cierta majestuosidad.

Como la celda es pequeña, en comparación con el numeroso grupo que venía a visitarla, se hicieron una especie de filas, según las cuales, pequeños grupos de

personas subían, entraban en la celda y oraban en silencio unos minutitos, y luego descendían de nuevo al piso inferior, mientras el siguiente grupo hacía lo mismo. De esta manera, como pueden advertir en las fotografías que ilustran esta narración, la escalera era lugar de "encuentro", y todos pudieron -con orden y sin prisas-, visitar este dormitorio santificado por la presencia de nuestra Venerable Madre.

    
Era muy bonito para nosotras, las hijas actuales de M M Antonia, poder observar con calma cómo y con qué veneración aguardaban su turno uno por uno, con qué emoción entraban en la celda y cómo les impresionaba ver la austeridad del ajuar que compone la celda de una carmelita descalza. Sobre todo, aparte de la cama que -aunque ya no es la que perteneció a M M Antonia, sigue constando, en lugar del somier de nuestros tiempos, de dos caballetes en paralelo que sostienen tres tablas de madera, anchas y alargadas-, les gustó mucho ver la rueca de hilar que, debidamente restaurada por un buen ebanista, ocupa un rincón del espacio, con su huso y la rueda de girar en perfectas condiciones. ¡Una buena reliquia conservada desde el lejano siglo XVIII!

Terminada esta visita pausada y recogida a la celda de nuestra Venerable, nos fuimos reintegrando al grupo principal, esta vez en dirección al refectorio o sala del comedor, puesto que esta era la última fase de nuestro programa festivo: terminar con una bonita merienda donde poder explayarnos, compartir tantas emociones acumuladas, y disfrutar unos de otros, pues qué verdad es que mesa compartida es señal de "familia" unida: ¡la familia espiritual y fraterna que formábamos todos, con idéntica admiración y entusiasmo por la figura de esta Madre Fundadora, que está cobrando tanto relieve no ya solo en su Galicia natal, sino en España y en no pocos puntos del vasto mundo, según lo atestiguan las cantidades de solicitudes que nos llegan para recibir reliquias suyas!

Todas las alegrías y las penas en esta vida tienen su principio y su fin. El caer de la noche nos anunciaba que era hora de despedirnos. Pero se nos quedaba en el alma esa felicidad que pudimos ampliamente disfrutar durante la merienda en el refectorio. Allí reinaba un ambiente excelente. Realmente que no se trataba de una fiesta de índole simplemente "amistoso", sino que dentro de la enorme sencillez y comunicabilidad, se percibía un santo respeto, y una suave sensación de la Presencia del Señor y de la Querida Madre María Antonia en medio de nosotros. Es un tipo de felicidad donde lo humano y lo divino se aúnan, y al decir de nuestro padre san Juan de la Cruz, se queda "un no sé qué" en el alma que apenas logra "balbucirse", como embriaga de una intensa paz.

De esta manera llegó -ahora sí- el momento de la despedida final. Con toda naturalidad la gente se fue dirigiendo de nuevo a la portería, en dirección a la puerta reglar de salida. Todos nos comentaban su alegría y su complacencia por tan bonita manera de honrar a nuestra querida y común Madre y Maestra María Antonia. Y todos expresaban su adhesión cariñosa y su pena por nuestra próxima marcha, aunque consolados con la esperanza de que será muy posible que el año que viene, nuestros "hermanos venideros"  (los Carmelitas Contemplativos) se encargarán de seguir secundando con renovado entusiasmo las iniciativas de los Cuntienses, con don Antonio a la cabeza, para seguir haciendo deseable y posible el maravilloso proyecto de que se cree una Asociación de Amigos de A Monxiña, y se pueda seguir venerando su tumba y todo lo concerniente a su memoria.

Dejamos aquí nuestra croniquilla. Somos conscientes de que la extensión ha sido muy notable, pero tiene como positivo el que así pueden aparecer más variedad de imágenes, y el texto se leerá a tiempos partidos, tal y como cada uno de ustedes puedan permitírselo.

Nosotras quedamos emocionadas de la respuesta tan delicada y gozosa que ha tenido esta convocatoria. Es un enorme consuelo y hemos sentido la sincera cercanía y cariño de todas estas buenas gentes, no solo de Cuntis, sino también de Santiago y de otras partes.

Que la Madre María Antonia nos cumpla tantas necesidades y preocupaciones que llevamos en el corazón.

 ¡A todos, hasta el año que viene, si Dios quiere! 

¡María Antonia os espera en su Casa! 

¡Vivan los Congresos de Cuntis!, 

¡y viva la Madre María Antonia de Jesús!



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