"Casiña do meu contento"... (I)

La villa de Baiona, donde Mª Antonia ha desarrollado
su adolescencia y juventud, vista en su conjunto desde el mar

Hemos apenas finalizado el primer mes del año, enero, y lo consideramos como un buen momento para recordar -en fechas parecidas-, una de las más espectaculares “aventuras” que Madre María Antonia no dudó en realizar, tras haber escuchado de Dios estas palabras: “Tú serás fundadora de un convento”. Nos referimos a la peregrinación a la que se lanza, junto con tres de sus más cercanas discípulas, para obtener de su marido el Acta o Consenso de Separación matrimonial, para poder entrar en la vida religiosa. Hacemos brevemente nuestra “composición de lugar”:

María Antonia vive en Baiona a solas con sus dos hijos pequeños, pues su marido se ha ido emigrado a Sevilla. Lo primero que necesita para secundar los planes de Dios es verse libre del vínculo matrimonial, de mutuo consentimiento con su marido, para quedar libre y poder abrazar la vida del Carmelo. Hay, por lo tanto, que ir en busca de Juan Antonio, para hablar “presencialmente” de un tema tan delicado e importante. Tras sopesarlo mucho en la oración, toma la resolución de emprender un viaje hasta la ciudad donde él se halla, bien conocedora de que, desde un punto de vista humano, puede sonar a locura. Pero ella es un espíritu muy libre. Y tiene tres jovencillas discípulas que también lo son. Y es justo en este momento, atados ya todos los cabos de su plan, cuando se lanzan las cuatro jóvenes abanderadas como “peregrinas de Dios” por tierras portuguesas…

Castillo-Fortaleza de Monrreal:
Aquí se encontraba la casa del señor Abad,
donde residía Mª Antonia con su familia.

"¡Casiña do meu contento!”… El suspiro dolorido de la genial poetisa gallega, Rosalía de Castro, debió de repetirse en el corazón de María Antonia, puesto que, en su casiña de Baiona, en su ambiente popular y social, se sentía a gusto y muy centrada. Pero ante la inspiración interior “Sal de tu casa”, presentida, al igual que en otro momento la escuchó nuestro padre Abraham, la apremia a desinstalarse de sus seguridades. Y sin embargo, su fuerte arraigo a la terriña meiga, no sufre merma alguna...

Le cedemos a ella la palabra:

“Yo estaba sola en esta ocasión, y las otras [discípulas] aguardándome en casa de sus padres para salir aquella noche, que si no me engaño fue a 28 de enero, año de 1730.

Vuelvo a mi oración, muy afligida de verme con aquella enfermedad tan repentina. Y dije a su divina Majestad:
—“Señor de mi alma, si quieres que salga de este rinconcito en donde me has hecho tantos favores y mercedes de tu mano liberalísima, quítame este dolor que siento, que de buena voluntad me despido de este pobre cuarto y de todo lo demás por tu amor. Señor y Esposo mío, llévame a dónde quisieres, que no quiero más voluntad que la tuya”. Intelectualmente entendí del Señor:

“Sal, hija, que bienaventurada serás. En tu compañía voy, no temas”.

Con estas palabras de mi divino Esposo, se halló tan confortada mi alma, que no sabía qué hacerme con el gozo tan grande que sentí interiormente. Tomé un crucifijo chico que tenía de metal en las manos, salí con esta divina arma en ellas, y el dolor se me quitó de repente y todo mi cuerpo se hallaba más sano que nunca de sus achaques habituales que siempre padecía. Me despedí de mi madre, que el abad no tuvo corazón para verme salir, que como estaba su casa muy cerca de la mía, pasé por allí para decir a mi madre se quedara con Dios.

Casco histórico de la villa: 
¡Mª Antonia conoce bien estas calles!
Como estábamos dentro del castillo, antes de cerrar las puertas era preciso que yo saliese de día para irme a casa de las compañeras que tenían su casa fuera del dicho castillo, las que estaban todas tres esperándome. Llegué y, como habíamos de salir de noche por causa de la gente, luego que anocheció nos pusimos a hacer colación, que era sábado, y ayunábamos a nuestra Señora.
El padre de las dos hermanas, vino, y me hizo un papel de cómo me entregaba sus hijas con su plena voluntad y consentimiento de su madre, que adónde quiera que yo fuera les daba licencia para que me acompañasen. Esto lo hicieron los padres de las dos hermanas, y los de la otra [hermana], la misma licencia le dieron. Con esto que vimos por la noche, nos dábamos más priesa a salir de casa.
          No sé si serían cosa de las nueve de la noche cuando salimos las cuatro”.


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