Una muerte ejemplar, hecha poesía y canto: Hermana Mónica de la Cruz...



     Mientras Hermana Mónica de la Cruz se debatía ya entre la vida y la muerte, su corazón vibraba de alegría pensando que estaba viviendo su última Novena a nuestra Madre Santísima del Carmen. El día 10 de Julio, efectivamente, con una Iglesia rebosante de flores y de belleza, como preparada para celebrar su “noche de Bodas” -así llamaba ella a su tan deseado encuentro con el Amado de su alma-, volaba la enamorada esposa abrazada al Manto blanco de la Virgen, que entre esas flores y en el marco de ese vergel carmelitano, le preparó su entrada en el cielo.

    Pocas semanas antes de llegar al término de su vida, aquella carmelita que, dotada de unas cualidades poéticas excepcionales, había “adormecido” su pluma durante varios años, se sintió como “desbordada” ante la felicidad y la gratitud que experimentaba al pensar que el Esposo estaba ya a la puerta… Y dejó desahogarse a su corazón, recobrando con una facilidad inusitada su inspiración poética, su vena literaria. Pero había una diferencia, si cabe: y es que ahora, lo que decía no se basaba en bellas metáforas bien rimadas, sino que eran la más sincera expresión de lo que estaba viviendo. Se podría decir que este Soneto -y el que publicaremos próximamente-, son como el susurro de su oración y vivencia más íntima, una verdadera “comunión de Amor” con el Amado… En su cantar no quiso poner título alguno; tal vez era evidente para ella que su situación de espera dominaba todos los aspectos de su vida, que consistía en “aguardar” al que tanto amaba… Y por ello, el título podría ser cada uno de los versos, dejado a lo que pueda sugerir en cada lector la meditación de tan abundosas vivencias… Hna Mónica te invita a conocer la alegría que da la fe, la muerte vista como algo maravilloso, a pesar de los "oscuros vados" que nunca faltan en la vida...

¡Ven ya, Señor!... Clamor de enamorada,
vehemente ritornello de mi coda.
¡Ven ya, por fin, a consumar la boda!
¡Que te pueda abrazar la desposada!

¡Ven ya, Señor!... la sed apasionada
que la edad juvenil consumió toda
y que en la hora de la dura poda
hizo saltar abismos de la nada…

¡Ya estás, Señor!... ¡La hora ya ha llegado!
¡Ya llamas! ¡Ya me invitas! ¡Ya me acechas!
¡Ya incitas a lo tanto deseado!

Más, ya que son tan pobres mis cosechas,
tu paz me salve en el oscuro vado
con la fe de que, al fin, no me deshechas.

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