"Casiña do meu contento"... (II)

¿Dónde hemos dejado a nuestras cuatro peregrinas?... Según lo ha constatado la misma María Antonia, hace algo más de un mes -el 28 de enero- que las despedíamos viéndolas salir del curruncho de su tierra, Baiona, donde tan felices compartían juntas la vida espiritual y sus deseos de preparación para ser religiosas: “¡casiña do meu contento!”.

Durante este mes de febrero, se han adentrado en tierras portuguesas. ¡Vamos a intentar seguirlas, aunque tengamos que sintetizar muchísimo las largas descripciones y relatos que María Antonia no ha dudado en consignar en su Autobiografía!

Lo primero que trataremos de hacer es trazar la ruta que -partiendo de Galicia- fueron siguiendo, según los recuerdos de la excelente memoria de nuestra protagonista.

Salen de Baiona y entran en Portugal, atravesando de norte a sur el vecino reino. Su trayectoria discurre por La Guardia, Caminha (ciudad a una hora de distancia de Vigo, conocida por ser parte del Camino portugués de la costa hacia Santiago), Viana do Castelo (ciudad acariciada por las aguas del Miño, en la llamada Costa Verde de Portugal; aquí recibe instrucciones sobre la fundación), Porto (donde se siente enormemente conmovida por la amable acogida), Aveiro, Coímbra (en donde los padres carmelitas de tan prestigiosa ciudad aprueban su espíritu por de Dios), Abrantes, y Vila Vizosa, último lugar antes de atravesar de nuevo la frontera con España, en donde entran por Zafra, hasta Sevilla, ciudad donde su marido aguarda a este grupo de jóvenes doncellas. 

Iglesia Matriz Nuestra Señora de la Asunción
(Caminha)

     Lo primero que le interesa a nuestra escritora y cronista es declarar su admiración ante la cortesía y acogida de tan buenas gentes:

Interior de la espléndida Iglesia gótica
(Caminha)

  “Así que nos encontraban en la calle por donde íbamos atravesando el lugar para ir adelante, se llegaban a nosotras a suplicarnos fuésemos a comer a sus casas; y muchas portuguesas andaban en dares y tomares sobre quién nos había de llevar a sus casas. Así que entrábamos en los lugares, sin hablar palabra aquellas buenas gentes, con sólo vernos, les daba Dios tal devoción de hacernos bien, que yo me espantaba de ver tanta caridad como nos mostraban, siendo así que éramos forasteras, nos llevaban a sus casas a comer. Si llegábamos por la noche a cualquiera parte como nos viesen, no se podían contener sin llevarnos a sus casas. Alguna vez sucedió estarnos ya recogidas en casa de alguna buena mujer y llegar con mucha priesa otras vecinas a suplicarnos que, por Dios, fuéramos a sus casas, que tendrían gran consuelo en darnos de comer y todo lo que necesitáramos. Como yo no quería llevar ni tomar nada sino era lo necesario para pasar aquel día y noche, les solía decir a estas devotas criaturas que se  lo agradecía mucho; pero que por aquel día ya teníamos con qué pasar, con la caridad que nos hacía la otra que nos llevó primero a su casa”.

Aveiro, ciudad en la costa oeste de Portugal,
llamada, con toda razón,  "la Venecia portugüesa".

 Resulta sumamente curioso poder conocer cómo se desplazaban de un lugar a otro, conocer con detalle el tiempo climatológico que las acompañaba, y los cansancios, ¡y las heridas!, que se pasan en toda peregrinación:

    “Unas veces, como la devoción era tanta y los caminos por algunas partes estaban trabajosos, por lo mismo que llovía en este tiempo mucho, con el dinero que nos daban tomábamos el alivio de ir algunas leguas, como cosa de una jornada, en borricos. Los más días caminábamos a pie, y bien trabajosos que llevábamos los pies que, como no estaban hechos a andar tanto, se levantaba el pellejo y hacíanse bastantes ampollas. Nos sentábamos a descansar algunos ratos, y después nos solían doler peor los pies: que parecía los poníamos sobre espinas; y todo lo pasábamos con mucha alegría por nuestro divino Esposo: que no he tenido tiempo más alegre que aquel".

Aveiro: estos canales atravesando la zona urbana de la ciudad,
fueron admirados en su subyugante belleza por las cuatro jóvenes peregrinas
.


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