"¿Quieres que te la ponga en tu cabeza, hija? ..."

 "[…] como he dicho, gusté y sentí los dolores de Cristo, mi divino Esposo, y su santísima Pasión por dos veces y en dos Semanas Santas, y todo mal explicado, porque mi lengua no me ayuda. Pero me faltó una cosa, que fue no sentir en mi cabeza, digo mentalmente como todo lo demás, la corona de espinas. 

Pero yo como estaba tan enajenada en angustias y amarguras, no me acordé de ella; [y] el poder infinito de Dios me hizo el recuerdo de su corona en la ciudad de Santiago, con ponérmela en mi cabeza. No tengo corazón para explicar el tormento que sentí. Un día, que pienso fue el de la espina, estaba yo sentada en la pieza con mis hermanas, y bien mala; y siento interiormente una gran novedad: que parecía me estaba el Señor fortaleciendo para darme una gran cosa, pero era de manera que me había de ser muy sensible. Yo así como estaba, me fui recogiendo a lo interior; 

y veo a mi Señor Jesucristo que se quitó una corona de espinas de su sacratísima cabeza y me la mostró, y dijo: "Mira, para mirarme en ti como en un retrato mío, te falta ésta. ¿Quieres que te la ponga en tu cabeza, hija?" Yo dije: "Sí, Señor". Entonces cogió el Señor la corona y la achicó del tamaño de mi cabeza, y me la puso muy pasito y con un poco de tiento, como que me la ponía con piedad. 

Pero con toda la blandura que mi alma veía que el Señor me la ponía en mi cabeza, fue de tal suerte sensible el dolor que sentía en la cabeza, y más en el cerebro y sienes, que no hay razones para ponderarlo. Fue extraña cosa, y más penetrativa, a mi parecer, que otros tormentos exteriores de Cristo, Señor nuestro. Parecía que perdía el juicio; y con el mismo dolor tan excesivo, me quedé desmayada y con un color de difunta, en los brazos de la hermana Josefa que estaba cerca de mí. No sé cómo no se me acabó la vida con este tormento, que fue sensible, sólo el que nadie podía ver la corona y porque no fue en lo exterior de la cabeza, sino que me la puso el Señor sin que nadie la pudiese ver. 

No sentí las espinas sólo alrededor de la cabeza, sino que parecía toda ella estaba clavada de aquellas penetrantes espinas, que parecía llegaban sus puntas a las entrañas, que me hacían fallecer. Todo aquel día he estado como muerta, con toda la cabeza clavada; y tenía tan gran dolor en los ojos que parecía me iban a saltar de la cara. No me quiero cansar en significar lo que no cabe en mi lengua; 
que sólo en recordarme de tal cosa se me quiebran las alas del corazón, qué haya tenido mi divino Esposo tanto, que sufrió aquella corona con tanta crueldad puesta en su santísima cabeza, 
de aquellos bárbaros hombres, me admiro; y sin perder mil veces la vida que tuviera con tal tormento. Es cierto que le confortaba su divino Padre para que viviese para más padecer. Yo, con ser que me la puso el Señor con tanta piedad y blandura, no tengo lengua para explicar lo que sentí; y que, si el Señor no me conforta, sin remedio acabo la vida con tan extraño martirio".
(Autobiografía, 1ª Relación, 1ª Parte)


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